Desde el día en que Manuel Rosales volvió a pisar tierra venezolana, no ha habido quien no hable, a favor o en contra, de su retorno. Muchas historias se han tejido en torno a su regreso, pero realmente ¿por qué vino?.
Tengamos claro que Manuel Rosales es un político, no un internacionalista o antropólogo. Su vocación es meramente política, y los políticos no pueden ejercer en otro lugar que no sea su país. Muchos dirán que podría ser un embajador o un diplomático en el exilio y así tendría más repercusión que metido en un calabozo, en El Helicoide. Pero la realidad es que si Rosales fuera un diplomático y no un político no se habría enfrentado, en las presidenciales de 2006, a un Gobierno que tenía los niveles de aceptación más altos de la historia nacional. Aún sabiendo que tenía todo en contra, se lanzó al ruedo electoral para devolverle a los venezolanos la esperanza en el voto como única arma para cambiar el rumbo del país.
Igual vale decir que Manuel Rosales es un político con alta vocación de servicio que no ha conocido otra profesión que no sea la de ser servidor público de distintas posiciones y eso sólo se puede ejercer en el país
Hace poco alguien me preguntaba ¿por qué regresó Manuel Rosales? Le dije que la respuesta era más sencilla de lo que pensaba: ejerció su derecho a la libertad, que no es otra cosa que hacer lo que quieres cuando te nace, aunque eseSin embargo, de eso se trata, de la libertad de actuar en consonancia con lo que queremos, con lo que va en consononancia con nuestros principios y valores, más allá de las consecuencias que nos generen; así dure más el sufrimiento que la satisfacción de haber hecho lo que se quería, de haber cumplido con esa “asignatura pendiente” que todos tenemos en la vida.
A las personas que estigmatizan el regreso de Manuel Rosales y hacen señalamientos a priori, solo les digo que volvió a Venezuela ejerciendo su libre derecho de estar en su país, con la única arma de su inocencia comprobada. Regresó porque es un político y como tal no puede estar desterrado de por vida viendo como su país se cae a pedazos y teorizando sobre el contexto social desde lejos.
La verdad del regreso de Manuel Rosales es mucho más simple de lo que se piensa. Es el deseo ferviente de un hombre por estar de nuevo en su tierra, por sentir el calor de su gente, por escuchar su música y disfrutar de la alegría característica de su gente; esa chispa y emoción que sólo los que han emigrado saben que únicamente se encuentra en casa, y por esa misma razón cientos de los que se van, regresan.
Hoy, tras las rejas de una prisión que lo separa físicamente de su pueblo, Manuel Rosales ratifica que ha tomado una de las decisiones más acertadas de su vida. Está convencido de que los venezolanos romperán las cadenas del atraso y la miseria. Sabe, como bien lo dijo antes de volver y cuando las amenazas que buscaban sin éxito intimidarlo se hacían más latentes, que no hay muro, por muy alto que sea, que pueda alejarlo de su pueblo. Para Rosales, su vida es y está en Venezuela, es la patria que lo vio nacer y crecer como gerente, como profesional, como político, como padre y principalmente como venezolano.
Carlos Valero
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