Los últimos movimientos van hacia ese camino malhadado: la agresión violenta, armada, contra la campaña de un candidato en Petare, las agresiones contra la esposa de Leopoldo López, Lilian Tintori, por donde va, y en su visita al preso venezolano más importante de la política reciente. Pero el llegadero ha sido la muerte de un líder regional fundamental de Acción Democrática en el llano, en un acto político.
El mundo se da cuenta con asombro y preocupación de aquello en lo que puede derivar el intento de dirimir democráticamente las pasiones políticas desatadas. Las elecciones pueden verse, como lo estamos viendo, afectadas por la imposición del lenguaje y las acciones violentas, hasta la muerte. De nada les ha servido el precio in-justo, la regaladera de prebendas de todo tipo, canaimitas, tablets, computadores, boletas de alimentación y hasta camiones en Monagas. Lo perciben en las encuestas, en el rechazo de la gente en las calles y los estadios, por donde van tratando de engañar, desde lo imposible. Están perdidos pero no piensan ni de lejos en ceder el poder, cuando ya lo tienen perdido sin vuelta atrás.
El único camino que les queda para impedir la vergonzosa derrota que se les cierne es la agresión, el caos de la sangre, de los tiros y los golpes, del amedrentamiento y del miedo. Lo seguirán aplicando, pero a eso debemos oponer la firmeza de la lucha y hacer sentir, con férrea fortaleza, nuestro deseo cívico de transformar este despropósito en paz productiva. Será lo que se impondrá, a pesar de la lucha del color rojo por seguirse esparciendo. Hay que ventilar a todos los vientos los llamados a la paz por parte de los enviados de UNASUR (aunque no les creamos finalmente), del Cardenal Urosa, del Secretario general de la OEA. No es cualquier cosa la violencia, pero tampoco lo son estos llamados a la cordura, para finalmente salir campantes con la paz en la mano.
El terrorismo desde el estado no contendrá la furia cívica desatada que apostará a la paz el 6 de diciembre.
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