El epílogo de la revolución fue firmado este 6 de diciembre por el 74,5% de la población venezolana que ha elegido una nueva Asamblea Nacional y ha barrido del escenario político a Nicolás Maduro, a Diosdado Cabello y al nefasto legado de Hugo Chávez. Con la victoria de las fuerzas democráticas el pasado domingo nos acercamos al final de la trágica época que estamos viviendo. Venezuela ha resurgido de las cenizas. Venezuela ha podido detener su naufragio.
La victoria ha sido gracias a todos aquellos que superando sus divisiones, luchas y errores del pasado han logrado caminar juntos para superar el drama que nos asfixia. La victoria ha sido posible por la inédita institucionalidad de las Fuerzas Armadas que decidieron respetar los resultados, aún cuando falta mucho para esta institución reivindique su proceder y se libere de todos los errores que pesan sobre ella. La victoria es resultado de la exitosa presión internacional que se ha ejercido desde los organismos internacionales, como la OEA, y a la reiterada participación de tantos ex presidentes latinoamericanos y, en general de todo el mundo. La victoria es fruto de la constancia del movimiento juvenil en la calle y aunque cueste decirlo, también es fruto de la sangre que dolorosamente regó las calles durante las protestas de 2014. El país despertó y derrotó el miedo.
El paisaje revolucionario que Hugo Chávez disfrazó de democracia en 1999 y que pintó un futuro promisorio se convirtió en un desierto pues sólo sembró la destrucción, el resentimiento ante el pasado, la manipulación de la historia, la violencia, la anarquía y el horror fascista ante cualquier disidencia. El intento de convertir a Venezuela en una sociedad totalitaria y de demoler toda su historia y sociedad fracasó, sin eximirse de pagar un alto precio que lamentablemente tenemos que arrastrar todos ahora. Pero al final queda la serenidad y la alegría de no haber sucumbido ante el terror sembrado estos meses, estos años. Esa serenidad alegre que nos acompaña en esta hora será la que nos permita echar las bases para la reconstrucción y saldar las cuentas que tenemos en materia política, económica (de manera urgente), cultural y moral.
El 6 de diciembre será recordado como el día del juicio más severo que un pueblo latinoamericano pudo haberle hecho a la hegemonía totalitaria de un estado comunista. Un juicio inequívoco que sobrevino por el peso del fracaso que significó la aplicación de semejante modelo; fracaso al que han sido condenados desde siempre los ensayos comunistas. No puede ser otro el resultado. Al cabo de dieciséis años, este experimento se hundió y no hay vuelta atrás, no hay segunda oportunidad, no se vale pedir tiempo.
Corresponderá a la nueva Asamblea Nacional ser el órgano de la transición hacia la democracia, sancionando leyes que allanen el camino para una justicia efectiva y un desarrollo sustentable, derogando los absurdos legislativos de estos diecisiete años y procurando la reinstitucionalización del Estado venezolano a partir de amplias reformas a los poderes públicos. Es el momento de legislar para declarar amnistía a los presos políticos y exiliados. Y sin duda, es el momento de legislar para detener la catástrofe económica que padecemos.
La transición democrática se encaminará desde diversos mecanismos. Es el momento de pensar y repensar a Venezuela a partir de una renovada legislación. La salida de Nicolás Maduro de la Presidencia de la República es el primer paso para ello y al respecto la Constitución Nacional, aún vigente, nos dice qué hacer.
El debate apenas empieza y las opciones son muchas. No podemos descuidar un solo milímetro del espacio conquistado por la mayoría de los venezolanos.
El 6 de diciembre se escribió el epílogo del fracaso de la revolución y se comenzó a redactar un nuevo capítulo de la democracia que ha iniciado su retorno a la vida republicana.
Ha llegado la hora de alumbrar la nueva Venezuela. No volverán nunca más.