“El único modo de resolver los problemas es conociéndolos,
saber que existen. El simplismo los cancela y, así, los agrava”
- Sartori
La política está en serios problemas en latinoamérica. Hemos acordado que la democracia es el sistema preferible en Occidente, en América Latina, pero no hemos reparado en cómo alcanzarla o qué retos reales impone como sistema. No hablo de la construcción de mayorías, no hablo de estar todos de acuerdo; sino de celebrar la creación de espacios de convivencia.
Los partidos políticos se presentan como paquidermos de difícil adaptación a los tiempos actuales. Los jóvenes constituyen entre el 30% y 50% -más o menos según el país del que se trate- del electorado y nadie habla, realmente, con los jóvenes desde la política. La decepción y apatía, y su consecuencia natural, la anti-política calcina los puentes de conexión entre actores sociales, económicos y políticos. Los mismos de antes y algunos nuevos imitadores de los mismos, salen a vociferar sobre los males y posibles cambios, pero no CONECTAN con la población o grupos de interés. Tampoco se perfilan como hábiles interlocutores entre la masa y las necesidades de producción, equilibrios y consensos. Siguen enfrascados, en muchos caos, en la vieja visión “suma-cero”. Como si el poder, a escala mundial, no estuviese fragmentado.
El reto entonces se plantea en unas democracias débiles sólo influidas por representaciones parciales de las inquietudes de la masa. La representación no es real y las políticas públicas están a una distancia perjudicialmente lejana, del comportamiento del entramado social. El real papel debe estar segmentado por las necesidades. Lo “glocal” toma protagonismo desde principios de siglo, aunque los actores políticos no quieran o puedan advertirlo.
Desde la indumentaria, el verbo, los gestos y la creación de redes de intercambio de inquietudes y soluciones hasta las estrategias de posicionamiento, se ven tristemente reducidas a tres o cuatro lugares comunes de la historia política. Se repiten una y otra vez, cada vez con menos efectividad para conducir preferencias y más allegados a la dinámicas del descarte. En una frase sencilla: quién es el menos malo.
Acaso ¿será tan difícil construir un piso político-institucional en los sistemas latinoamericanos? Las sociedades con mayores niveles de estabilidad lo han logrado creando puentes de comunicación por segmentos “hitos”, para su autorregulación económica, cultural y social. Pero de ello se desprende que debe haber un primer paso desde la política.
El ganador son todos; porque desde la comprensión multifocal de la realidad puede construirse un mejor análisis, diseñar políticas públicas coherentes y concertadas, disponer efectivamente los recursos, propender al crecimiento productivo y crear ADHESIÓN a una visión y modo de país, de región o de localidad. Se fortalece la labor propia de cada actor y su permanencia en la arena. El “costo político” disminuye. De lo contrario sólo tendremos “pobre política” porque ésta, la Política como oficio, duela a quien duela, jamás desaparecerá.