La victoria de las fuerzas democráticas en el proceso electoral del 6 de diciembre signó el fin político de la revolución socialista que dirigen Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, pero me temo que ha sido sólo eso: el fin político, no legal. Aún sin pueblo, el régimen tiene espacio para maniobrar y hacer de las suyas pese a no tener ningún tipo de respaldo a lo interno de su propia militancia, ni en lo externo con sus aliados latinoamericanos y como quedó demostrado a nivel nacional donde no existe más el apoyo popular, tal como quedo evidenciado en los resultados electorales.
Es fácil entender esto con un primer ejemplo. Ante el anuncio de la democratización del canal de televisión y de la frecuencia radial de la Asamblea Nacional, el actual Presidente del parlamento anunció que dichos medios pasarían a manos de los trabajadores. El mismo personaje, tan nefasto y obscuro, informó además que se iban a designar los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia en un precipitado proceso que ya había sido postergado meses atrás. Estas acciones son sin lugar a dudas propias de un régimen desesperado por la herida de muerte que le fue asestada. Ya Chávez, el difunto, hizo lo propio con aquella reforma constitucional que no fue aprobada pero que a posterior fue impuesta discretamente con diversas leyes aprobadas por aquella Asamblea Nacional que había quedado huérfana de oposición por la nefasta retirada de 2005.
Hoy en día los escenarios son diferentes, claro está. Y son tan diferentes que las fuerzas democráticas ni siquiera necesitarán buscar consensos con el régimen pues es total minoría a nivel de parlamento y de pueblo, insisto en ello. Pero el Estado no es sólo el poder legislativo. El Estado venezolano, de evidente naturaleza fallida, es controlado de forma clara por el régimen y esto debe ser tenido muy cuenta desde el próximo 5 de enero. El control que se ha obtenido en la Asamblea Nacional y que es el primer gran paso hacia la transición no es ni puede ser de forma alguna el objetivo de fondo de esta lucha. Legislar y actuar siempre buscando el quiebre definitivo debe ser el objetivo, no sólo para renovar el andamiaje legal de la República sino más bien para allanar el camino para la salida de Maduro, la reestructuración del Estado y la concreción de la democracia. Porque a fin de cuentas, el problema no es la ley, que de por sí nunca le ha interesado al régimen, el problema es el modelo totalitario que se ha implantado como se ha querido y que debe ser extinguido de forma definitiva y sin ningún tipo de ambigüedades.
Para eso la Constitución de 1999 tiene varias herramientas: el referéndum revocatorio (art. 72), la reforma (art. 342), la enmienda constitucional (art.341) y la asamblea constituyente (art. 348). Respecto al referéndum, es obvio que están dadas las condiciones políticas para que si éste se realiza Maduro sea revocado pues dificulto que la mayoría electoral varíe a favor de él en los meses por venir. Por su parte, la posibilidad de una Asamblea Constituyente creo que no se debe descartar en ningún escenario pues para ese quiebre definitivo con el modelo del socialismo del siglo XXI debe refundarse al Estado y a la sociedad toda a partir de una avanzada constitución que garantice sin ningún tipo de atajos la democracia, el estado de derecho y la justicia social. El tema de enmiendas o reformas constitucionales, siendo posibilidades legales, creo que no tienen mayor importancia ahora pues para ello es preferible la constituyente.
No caigamos en la trampa de ensordecernos, de cegarnos y mucho menos de aislarnos por la victoria del 6 de diciembre, el que mucho abarca poco aprieta. El camino apenas ha empezado y a pesar del revolcón que sufrió el régimen no podemos ignorar que aún tiene capacidad de maniobra gracias a la confabulación de los poderes públicos que aún controla y que han demostrado hasta el hastío cuán fascistas pueden ser.
Antes de las elecciones insistí a despecho de muchos que el 6 de diciembre no era punto de llegada sino de partida, que ése día debía iniciarse el camino sin retorno para defenestrar la dictadura. Ese día llegó y electoralmente se concretó una mayoría. Ahora esa mayoría precisa de un liderazgo honesto, consciente y muy estadista. El ejercicio de la memoria en este momento nos podría ayudar mucho sobre cómo ha actuado el régimen ante las derrotas, con mejores o peores escenarios como el de ahora. Si eso no ocurre seguiremos atrapados en esta náufraga Venezuela porque actuaremos sin la prudencia que exige este momento.