Y con su presidente, ministros y autoridades electivas –menos los diputados que ya fueron sufragados- e instaurado en cualquiera de las capitales de los 20 estados que votaron abrumadoramente por la oposición.
Que será Caracas, la capital histórica del país, que fue la primera en desalojar a Maduro y sus huestes de su territorio, porque, en todas sus expresiones, rechazó al gobierno más antinacional y anticaraqueño que habíamos conocido.
De modo que, si por algún artilugio político, Maduro y la minúscula fracción que lo apoya deciden permanecer, pues será en un apartado rincón del país, donde, como un poder paralelo e irregular sobrevivirá a salto de mata, ya que, no me imagino que ninguna institución, ni multilateral se animen a reconocer a estos forajidos.
El excandidato presidencial de la oposición, Henrique Capriles Radonski, llamó una vez a Maduro el “presidente del mientras tanto”, aludiendo que había sido electo con un fraude, por ínfimos 200.000 votos y que, más temprano que tarde, Venezuela y la comunidad internacional lo separarían del cargo.
Maduro les ha ahorrado el trabajo, ya que, de “presidente del mientras tanto” pasó a “presidente del hasta cuándo”, pues ahora, sin un átomo de legitimidad, ya no quedan poderes sobre la tierra que no estén interesados en desaparecer semejante esperpento de la faz de la historia.
Un acto fallido, en definitiva, menos en el ridículo atroz de pretender ser presidente de un país, cuando no alcanzaba a prefecto de una comisaría.