A lo largo de estos días poselectorales me he convencido que el 6 de diciembre se produjo la ruptura definitiva entre el régimen chavista y el pueblo, hecho que no se traduce en modo alguno como el final del gobierno ilegitimo de Nicolás Maduro pues éste no terminará tan fácil y me temo que tampoco será por las buenas. Esto pareciera ser desconocido por muchas personas que están encandiladas por la contundente victoria electoral que obtuvimos. El régimen, en lo personal Maduro y Diosdado, están decididos (como siempre lo han estado) a desconocer de forma violenta y a cualquier precio la “volonté genèrale” que eligió una nueva Asamblea Nacional, con mayoría de dos tercios, para el período 2016-2021.
Durante el último año tuve oportunidad de abordar de forma directa el tema de una Asamblea Constituyente con varias personas que a primera mano se negaron a la idea con válidos y muy razonados conceptos. Es el caso, por ejemplo, de la destacada profesora Ruth Capriles quien para entonces me decía lo siguiente:
«La proposición de una constituyente ahora es una locura o, como decía aquél “un auto suicidio”. La constitución 1999 no es mala y si se respetara muchos de estos males no existirían. Necesita reforma, sí; yo diría que tijera para quitarle el peso de un Estado asistencialista y del modelo al que, como usted bien dice, debemos decir “nunca más.” Es posible que la reforma sea tan masiva que requiera una nueva y sea preciso llamar a una constituyente. Pero eso sólo podrá hacerse después, mucho después; cuando las aguas estén absolutamente calmas. Mientras tanto, es canto de sirena que lleva a la perdición».
De la misma forma, en una excepcional carta pública dirigida a mi persona, el doctor Alfredo Coronil Hartamann, a propósito de la propuesta constituyente de Luis Manuel Aguana, comentaba lo siguiente:
« (La Constituyente) que no es y nunca ha sido una fórmula mágica para el cambio. Una nueva estructura constitucional, un nuevo Estatuto Político, es indispensable para enmarcar el nuevo Estado, inclusivo, democrático, abierto, puerta ancha al futuro, pero primero hay que producir el cambio. Ese futuro requiere ser enmarcado con gran seriedad, por las mejores mentes constitucionales del país, no puede ser un show arrabalero que devenga en un torneo de demagogia y gracias para la galería».
Esos dos comentarios que pueden resumirse en la inviabilidad del proyecto constituyente que Aguana, Álvarez Paz, Balo Farías y hasta Leopoldo, entre otros reputados juristas, habían propuesto en 2014 como una salida eventual a la crisis que para ese momento era bastante aguda. Aún así he mantenido la firme convicción que la salida constitucional del régimen a la que nos hemos resignado, porque no existe otra, se puede concretar con la aplicación inmediata de un referéndum revocatorio habidas cuentas los dos tercios de la nueva Asamblea, claro está. Pero eso sólo implicaría de manera inmediata el término del gobierno usurpado por Maduro (insisto en recordar todo lo sucedido en 2013) más no la ruptura definitiva con el modelo ideológico que gangrenó al Estado venezolano, convirtiéndolo en un estado forajido y fallido. Estoy, pues, plenamente convencido que el cambio que reclamaba Coronil Hartmann como conditio sine qua non se ha dado con la elección del nuevo parlamento que es en el fondo la prueba manifiesta de la existencia de una abrumadora mayoría en Venezuela.
De no entender la importancia de este momento y de actuar como tal seguiremos en ese letargo político-social que nos ha dejado llegar hasta este punto donde Venezuela apenas logra sobrevivir a sus propias ruinas. Como bien diría Edward Heath, el líder conservador británico: “lo malo es que, como pueblo, estamos en peligro de quedamos dormidos. Como pueblo hemos sido lisonjeados y arrullados demasiado tiempo por un Gobierno trivial”.
Venezuela necesita ser refundada y para ello es necesario convocar en 2016 al poder constituyente. Sólo de esta forma podríamos purgar a los poderes del Estado que se encuentran en su totalidad infectados por simples y patéticos colaboradores del régimen. Además, sólo una Asamblea Constituyente puede echar las bases para el estado democrático, de justicia y derecho social, que se ha propuesto (aunque no en el papel) como alternativa al modelo socialista totalitario.
Tenemos que concurrir a la creación de un frente amplio pro constituyente para iniciar La magna obra de refundar la patria y depurar la ley fundamental de elementos totalitarios e ideológicos y de esas nefandas cargas afectivas que no son homenaje a nuestro pasado sino un ancla que nos empuja hacia atrás. Es el momento de convocar una Asamblea Nacional Constituyente que, a mi juicio, debe dar para la nación una Constitución de todos, por todos y para todos, en la que todos tengamos cabida para la reconstrucción nacional y la superación de la decadencia del siglo XXI.
Nuestro país debe dejar el Sísifo latinoamericano, al que la mitología le había predestinado a subir eternamente por la montaña, sin alcanzar la cumbre, por la infinidad de obstáculos. Es preciso alcanzar la cima de la montaña para que se realice la obra de nuestra regeneración y Venezuela sea realmente libre, democrática, de todos y para todos.