Si se descompone etimológicamente el vocablo Progreso, aparece un «pro» que se traduce como adelante y un «greso» -de gressus– que significa avanzar o, como nos comenta Michel Maffesoli en su texto El tiempo de las tribus, ir o caminar.
Caminar hacia adelante o ir hacia adelante (Progreso) representa una cosmovisión cargada de valores que comporta una voluntad -consciente y manifiesta- de querer mejorar, y una responsabilidad conductual para su realización. En otras palabras, sin voluntad y sin responsabilidad no puede haber Progreso, pues éste no se realiza por inducciones pilotadas desde el exterior, sino por un deseo activo por parte de los individuos que componen a la sociedad.
Los últimos “hermeneutas” del marxismo han desempolvado y utilizan hoy el concepto de Progreso para otorgarle una “nueva” narrativa a sus anteriores y caducos proyectos políticos. Si bien es cierto que políticamente el progresismo antecede al marxismo, y que defiende preceptos opuestos a los del trévero -como la libertad y la igualdad ante la ley-, los ideólogos afines a sus ideas han edificado incoherentemente e indoctamente sus estructuras de poder basándose en dicho término.
Las incongruencias de estos intelectuales, que forjan falsas narrativas al mezclar principios liberales de la Revolución Francesa con los del Manifiesto del Partido Comunista, representan la norma y están perfectamente a la vista hasta para el observador más cándido.
Lo que a menudo se les escapa (incluso a los más doctos) es que esa idea de Progreso, vista en sus aspectos valorativos como un dogma axiomático, no posee impacto alguno sobre la mayoría de los individuos provenientes de estratos socioeconómicos bajos en la sociedad venezolana.
Según el sociólogo francés, quien condujo sus estudios sobre numerosos sectores poblacionales de nuestras latitudes, gran parte de esa población apuntaría más bien a un «ingreso» que a un progreso. En un ingreso (a diferencia del Progreso, que implica un entrar o avanzar hacia lo mejor) se trataría exclusivamente de un entrar. En otras palabras: «quiero entrar para simplemente estar», para ser considerado, para pertenecer a, para tener una identidad – sin el gravamen de la responsabilidad ni algún tipo de planificación que hipoteque mi hoy por un futuro de bienestar. Sitiados por la precariedad del subsistir y confortados por un marcado dionisismo, gran parte de estos segmentos sociales centran su existencia en la inmediatez del día a día… colocándose al margen de todo atributo valorativo del Progreso y de la Modernidad. La responsabilidad pesa, así como pesan la preocupación y el trabajo por un futuro.
De ser acertadas estas hipótesis sobre nuestro entorno social y político, los nuevos demagogos deberán reinventarse o disfrazarse nuevamente con otro ropaje para su fraudulenta seducción – en una renovada leitourgía.
Asevero que no les será nada fácil, pues, mientras los políticos y sus mentores sigan apoyándose en las rígidas estructuras racionales que gestaron las ideologías del siglo XIX, no lograrán instaurar comunicación o nexo con sus actuales interlocutores. Emociones, pasiones, símbolos y tótems caracterizan a los nuevos conglomerados sociales con un acentuado irracionalismo infantil, creador y hedonista, más cercano a ordenamientos tribales; nada comparable con la gélida Razón, madre del Progreso y diosa de la Modernidad.
Por @edgardoricciuti de @VFutura