Chávez era un buen táctico. Sabía retroceder cuando tenía delante una cortina de humo, de agua o de plomo; pero, apenas veía una rendija, avanzaba sin misericordia, sin reparar a quién se llevaba por delante aun cuando fuese de sus propias filas. La reforma constitucional que perdió en 2007, cuya pérdida aceptó con furia, y que según la leyenda de la sabana le costó los nudillos de la mano izquierda, después fue impuesta sin anestesia, con leyes, nuevo referendo para la reelección, y decisiones del Tribunal Supremo. Así pretende hacer Maduro ahora. Claro que en peores condiciones: carece de liderazgo, carece de ingresos petroleros, carece de épica y también de estética. No digamos de ética.
El régimen está en la operación de darle guaral al papagayo para que las fiestas navideñas atenúen la clamorosa victoria opositora, mientras se prepara para dos posibles operaciones que pueden ser simultáneas o consecutivas según soplen los vientos. La de la violencia de los grupos paramilitares con su traje de ovejitas rojas en contra de la nueva Asamblea Nacional, sea el día de su instalación o en los días subsiguientes. Para Maduro, esta operación tiene el inconveniente de que parece haber cuajado la idea en los oficiales que comandan las unidades de custodia de la AN de no permitir un atentado en contra de la decisión de la mayoría del país, de la cual muy probablemente forman parte.
La segunda operación es más cachazuda: consiste en marchar con los cuatro jinetes del oprobio, constituidos por el TSJ, el Ejecutivo, el graciosísimo Poder Moral y el repulsivo CNE, en la conversión de la AN en un instrumento irrelevante. La mamarrachada de la asamblea comunal también estará disponible para las festividades de un nuevo golpe de estado de Maduro, si se le deja.
Si los próceres rojos no aceptan ser la minoría que han sido desde hace varios años, confirmada en la última elección, pueden intentar alzarse otra vez en contra de la voluntad del país. Esta situación aceleraría la necesidad de su salida constitucional perentoria. Fuera de las mezquindades de los enanos políticos, lo cierto es que la victoria presidencial de 2013 -infortunadamente no cobrada-, la revuelta popular y, sobre todo juvenil, de 2014, y la colosal victoria de 2015, son parte de un mismo proceso que coloca a las fuerzas democráticas, si no en las puertas de Miraflores, a tiro de piedra de sus muros.
Un país destrozado por una banda que asaltó el poder está a punto, otra vez, de tropezarse de frente con la Historia. Todo dependerá del liderazgo. ¿Estará a la altura?