Puerto Ordaz, la capital industrial de Venezuela fue alguna vez conocida por el acero y el aluminio. Hoy, sin embargo, la gente viene aquí por la silicona, publica The Wall Street Journal.
Por ANATOLY KURMANAEV
Los estrictos controles cambiarios, que han llevado a la reducción del comercio y el cierre de fábricas en Puerto Ordaz, una ciudad de 700.000 habitantes, han creado un inesperado sector de auge: la cirugía plástica. Una escasez de divisas permite a las extranjeras vender dólares en el mercado negro por 130 veces su valor según la tasa oficial, por lo que pueden costearse un tratamiento de belleza digno de Miss Venezuela por un presupuesto de Cenicienta.
“Volvería a venir 10 veces por estos resultados”, dice Sidiléia Da Silva, de 27 años y dueña de una cantina, tras someterse a tres cirugías plásticas en un mismo día por US$1.800. “Todo fue excelente”.
Al igual que Da Silva, cientos de mujeres hacen cada mes el viaje de 800 kilómetros a través de 16 controles militares y aldeas de minería ilegal de oro en la sabana del sur de Venezuela hasta esta ciudad a orillas del río Orinoco para buscar la perfección de bajo costo. Un paquete estándar de implantes de senos, liposucción e inyecciones en los glúteos conocidas como “Bumbum” cuesta un tercio del precio en Brasil, explica Oscar Hurtado, quien dirige una clínica de cirugía plástica en Puerto Ordaz. “La mayoría de nuestros pacientes son brasileñas de bajos recursos quienes nunca podrían hacer esto ahí”, dice Hurtado, de 50 años, quien habla portugués y tiene un personal bilingüe. “Aquí ellas viven sus sueños”.
Debido a que es la primera ciudad grande al norte de la frontera con Brasil, Puerto Ordaz es un centro natural. Para obtener divisas extranjeras, los consultorios de los doctores ofrecen a las brasileñas transporte, alojamiento, enfermeras, estilistas, terapia de compras y hasta viajes a las playas del Caribe.
Las divisas que traen las brasileñas permiten a los residentes locales sobrevivir la recesión más profunda desde la independencia en 1810 y una inflación de 200%, la tasa más alta del mundo.
La ingeniera María Contreras dice que complementa su sueldo mensual de US$40 en la planta siderúrgica estatal ofreciendo cuidado postoperatorio a brasileñas en su casa por US$18 al día. También está aprendiendo portugués y agrega: “En casa se sienten en un estilo hogareño”.
Edgardo Ibarra, gerente de mantenimiento de sistemas, dice que triplica el sueldo que obtiene en el horno de fundición de aluminio llevando a las mujeres en su auto desde y hasta la frontera en sus días libres. Las mujeres esconden sus dólares y reales dentro del brasier para pasar los controles del Ejército. Los soldados, que en general buscan delincuentes con productos de contrabando y armas, no son rigurosos con las mujeres, quienes no violan ninguna ley al cruzar la frontera en busca de tratamiento.
“Antes era un sueño conseguir un trabajo en empresas básicas”, recuerda Ibarra, de 51 años. “Ahora estamos buscando alternativas para sobrevivir”.
La apariencia femenina es una obsesión en este país de telenovelas y reinas de belleza. Venezuela tiene la mayor cantidad de ganadoras de Miss Mundo, y el concurso de belleza nacional es el programa más visto de la televisión. Academias especiales de belleza atienden a niñas desde los 6 años y los implantes de senos son un típico regalo de cumpleaños para una adolescente.
Para las brasileñas, el tratamiento de belleza venezolano de mayor venta es el “Bumbum”: inyecciones de tejido adiposo de la misma mujer en sus nalgas para que se vean más grandes. La vista trasera es esencial en Brasil, que tiene una competencia nacional llamada Miss Bumbum.
Los bajísimos salarios y costos de los bienes raíces en Venezuela hacen que las cirugías plásticas sean rentables cuando se pagan en divisa extranjera, incluso después de importar todos los insumos a la tasa del mercado negro, dicen los doctores. “Me siento como una estrella de rock aquí”, cuenta Olika Dávila, una cirujana plástica de Puerto Ordaz de una familia de trabajadores siderúrgicos.
Nueve de cada 10 de sus pacientes son brasileñas, frente a casi ninguna hace tres años. La clientela extranjera le permitió en ese lapso más que duplicar su personal, a siete, mientras la economía venezolana perdió un cuarto de su Producto Interno Bruto bajo las políticas del presidente Nicolás Maduro, el sucesor elegido por el fallecido mandatario socialista Hugo Chávez.
La ola de brasileñas también lleva a doctores como el ginecólogo Julio Palao a instalar consultorios cosméticos.
José Manuel Ferreira, un cirujano de nariz, está construyendo una clínica general en medio de obras residenciales abandonadas en el centro de la ciudad y cerca de un supermercado estatal donde cientos de personas forman filas para conseguir alimentos escasos.
La inversión es viable sólo si el tratamiento para los residentes locales es subsidiado por procedimientos estéticos para las brasileñas, que pagan más, explica el doctor, señalando las alas de maternidad casi terminadas. Ferreira, hijo de inmigrantes portugueses, dice que nunca pensó que el idioma de su familia le sería tan útil. Su consultorio se ha beneficiado de brasileñas que llegan en busca de narices más delgadas de aspecto “europeo”.
El cambio económico se puede palpar a lo largo de la ciudad. El Campamento Ferrominero, en el borde de la ciudad, es un barrio tranquilo de limpias calles con árboles y cabañas espaciosas que solían albergar a los gerentes de la minera de hierro estatal. Hoy en día, en cambio, es el hogar de 127 casas de huéspedes, con cuatro de cada cinco camas ocupadas por brasileñas en recuperación, indica Cándida Ángel, presidenta de la Cámara de Turismo del estado Bolívar. Los pacientes contratan sus propias enfermeras para que las cuiden.
Muchos también contratan guardias. En un país con una de las tasas de delincuencia más altas, los extranjeros son blancos favoritos de robos a mano armada, a veces incluso dentro de hospitales.
En la clínica ChileMex, en Puerto Ordaz, la custodia Leila Do Santos cuidaba a su clienta brasileña mientras esta esperaba en el pasillo para ser atendida por un cirujano plástico. “Les digo que no abran sus bocas, no hablen portugués, lleven joyas o celulares”, dice Do Santos, negociadora y chaperona que organiza desde la cirugía hasta el ingreso y la salida del país. “Aquí brasileños significan dinero”.
La mayoría de las brasileñas llegan del estado rural de Roraima, en la frontera con Venezuela. Muchas son amas de casa, ayudantes de cocina y asistentes de tiendas. “Muchas de estas mujeres viven en casas con suelo de barro y techos de placas de hierro”, dice Dávila. “Esta es la única ciudad donde la cirugía plástica nos es un lujo” para ellas.
La clientela empezó a cambiar este año conforme la información sobre la habilidad y el precio de los cirujanos venezolanos se propagó hacia el sur del continente. Más mujeres de clase media llegan de Manaus, una metrópolis de dos millones de personas más al sur en la selva amazónica, según doctores. “Las amas de casa de Manaos sienten competencia cuando ven a sus señoras de limpieza todas arregladas”, dice Ferreira. “Empiezan a hacer preguntas de dónde vienen estas curvas, y terminan viniendo aquí”.
El auge ha sido impulsado por las redes sociales. Cada consultorio médico administra al menos un grupo de WhatsApp de cerca de 300 pacientes actuales e interesadas, lo que les permite hacer preguntas, enviar fotos de sus cuerpos, negociar precios y reservar transporte.
“Quiero el pompis así!!!”, escribió una mujer llamada Alessandra, de Roraima, en un grupo de chat de Hurtado, en respuesta a una foto de su amiga recientemente operada. Otras respondieron con emojis de corazones rojos, caras sonrientes y manos que aplauden.
“Va a ser un año muy bueno”, confía Hurtado, “gracias a nuestras pacientes brasileñas”.
— María Ramírez Cabello contribuyó a este artículo.