Nicolás Maduro no es precisamente un ejemplo de moderación. Ni de talento. Nunca lo ha sido. Es más bien un toro en un bazar. De aspecto y de modo de ser también. Por esto su reacción ante la catastrófica derrota sufrida por el oficialismo que él mismo encabeza en las recientes elecciones intermedias venezolanas difícilmente iba a ser la adecuada, la de reconocer la realidad. Esto es admitir que su pueblo ha dicho claramente “basta” frente a un modelo colectivista y caprichoso que ha destrozado de manera inocultable la economía y el tejido social de su país.
Básicamente Maduro está procurando tres cosas en lo inmediato. Todas ellas perversas y, además, profundamente antidemocráticas.
Primero, controlar plenamente la justicia venezolana que ya no es independiente, incluyendo designar magistrados que le sean sumisos para sus instancias más altas. Lo que difícilmente suceda antes del 5 de enero, fecha en que la oposición tomará el control absoluto del Parlamento. Pero cuidado, Venezuela sin una justicia imparcial e independiente no es una democracia. Nunca.
Segundo, crear de la nada instituciones “nuevas” que, más o menos parecidas al Parlamento, pero controladas cual títeres por el propio Maduro, le hagan alguna sombra al Parlamento, aún cuando no existan en el esquema de la Constitución de Venezuela. Para confundir y engañar. Así como para entorpecer y terminar judicializando todo.
Tercero, tratar de impugnar tramposamente los recientes resultados electorales, de modo tardío, para pretender quitarle -con argucias absolutamente deleznables- la mayoría absoluta que la oposición obtuviera claramente en las urnas. Para confundir, Nicolás Maduro ahora sostiene que “el pueblo” que lo derrotó inapelablemente en las elecciones está “en rebeldía”. Porque ha sucedido algo políticamente que es una derrota dura en manos de la oposición que Maduro, en su tremendo primitivismo, define como “una volteada de la tortilla”, lo que es increíble, quizás, pero no necesariamente, viniendo de Maduro.
Es momento de destacar que las Naciones Unidas acaban de instar a Venezuela a respetar y garantizar la independencia de su Poder Judicial. Lo ha hecho a través del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Lo que incluye acabar con la inestabilidad permanente de los magistrados venezolanos. Además, ha pedido que los nombramientos se hagan -en más- sobre la base de la integridad y la idoneidad. Con lo que Maduro, que los quiere a la manera de sumisos agentes suyos, no está de acuerdo.
A ello, el llamado internacional de atención le agrega una crítica severa respecto del evidente mal desempeño del Defensor del Pueblo venezolano. Y otra crítica sumamente dura sobre el mal funcionamiento de las instituciones que deben defender la vigencia y el respeto de los derechos humanos de los venezolanos. Tanto las públicas, como las privadas. A lo que agregó un llamado inequívoco a Venezuela a que se reintegre al sistema interamericano de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, del que se ha apartado, sin que los países de la región hayan hecho escuchar su preocupación por la situación de indefensión en la que lo sucedido deja inevitablemente a los ciudadanos venezolanos.
Mientras tanto, para desgracia de un cada vez más desconcertado Nicolás Maduro que sólo sabe distribuir los ingresos del petróleo de su país, el barril de crudo venezolano ha caído a unos 29,17 dólares, en lo que un deterioro rápido, que parece no detenerse, está mermando constante y significativamente los ingresos de los que la naturaleza dotara a Venezuela.
Emilio J. Cárdenas, exembajador de la Argentina ante las Naciones Unidas.