Cuando no hay los lazos de confianza las sociedades se arruinan; incluso, se extinguen argumentó Colín Turnbull desde principios de la década de los 70. Las tesis políticas de este antropólogo fueron empíricamente probadas, dado que realizó sus investigaciones mientras vivió con algunas tribus de África en las que observó cómo se destruyeron porque pasaron de tener una convivencia regulada por la confianza y el cumplimiento de la promesa a una dominada por la sospecha, el fraude, la traición y la mentira.
Desde que Turnbull publicó sus trabajos se tiene claro que la confianza es un valor constructivo: Se gana con acciones no con palabras. Su fuerza proviene de los hechos que soportan lo que se dice; lo que se promete. Lo cual explica que recobrar la confianza que una población perdió en sus gobernantes no sea un asunto de días o de dinero; tampoco es de conversaciones, nuevos planes o de maquillaje en el gabinete. Requiere que sobre quienes existen fundadas dudas restablezcan la coherencia entre lo que dicen y hacen.
En el caso de Venezuela, la brecha entre lo que Maduro promete y decide es cada día mayor. Hay un divorcio esquizoide entre su narrativa y sus acciones. Por eso, la confianza en su gobierno se devalúa por minutos; su legitimidad es de papel. Algunos estiman que una revuelta podría terminar por derrumbarlo; sin embargo, su credibilidad está tan desfondada que cuidado si el huracán que se está formando en las largas y cotidianas colas ya no es suficiente para que alguno de sus asesores -¿José Vicente Rangel?- le recomiende que dé un paso hacia adelante y presente su renuncia.
A Maduro le conviene invertir horas en examinar el rumbo que debería darle a su futuro. Por ejemplo, le vendría bien evaluar los riesgos y beneficios de su renuncia. A veces, lo conveniente es retirarse de un juego de manera oportuna. Después de todo, para cualquier gobernante que pudiera encontrarse en sus circunstancias nunca sería lo mismo salir de Miraflores por la puerta de atrás, en libertad, sin juicios y aún con algunos amigos que concluir el mandato; pero terminar solo, procesado y arruinado.
Maduro debería emplear más tiempo en meditar que en las cadenas y giras. Que el presidente de cualquier país dedique días para ponderar sus acciones, capacidades y ventajas no debería ser algo excepcional; al contrario, tomarse el espacio que necesite para pensar antes de decidir es su responsabilidad. La política es una práctica intensiva en reflexión y análisis; únicamente después es activismo.
Este gobierno perjudicó el presente de millones de venezolanos; ahora bien, su continuidad será una catástrofe para el porvenir de las próximas generaciones. Los niños y jóvenes de hoy quedarán excluidos de un mundo que protagoniza una verdadera revolución cognitiva, económica y tecnológica: Son apenas 10 o 15 años los que restan para que este país aún pueda aprovechar sus riquezas naturales. Luego, se sabe, serán de escasa utilidad; pues el conocimiento y los bienes intangibles se convertirán por completo en la moneda o, si se quiere, en los dinamizadores del mercado mundial. Por cierto, ninguna nación detendrá sus cambios, la renovación de sus paradigmas, con el objetivo de esperar que la rezagada Venezuela resuelva sus problemas de confianza y gobernabilidad.
Alexis Alzuru
@aaalzuru