El mito de la Revolución tiene un principio central muy simple: la Revolución es la línea que divide el presente (malo) del futuro (bueno). Destruidas en un país las viejas instituciones y tomado el poder por los nuevos actores revolucionarios, dice la narrativa, se inicia un nuevo desarrollo histórico opuesto al que anteriormente existía.
Interrumpimos el hilo de la argumentación para tirar a quemarropa a los revolucionarios puros: son inhumanos. Lo son porque descalifican a instituciones y personas que, desinteresadamente, en el presente pre-revolucionario, realizan acciones para reparar injusticias que alivian el sufrimiento de la gente. Para ellos, dichas acciones retardan la Revolución.
Democracia vs Dictadura del Proletariado
Retomemos la argumentación. Conquistado el poder, ¿de dónde procede la legitimidad para gobernar de los nuevos gobernantes revolucionarios?
La respuesta moderna a esa crucial pregunta nos conduce a fines del siglo XVIII porque a partir de la revolución francesa se sustituyó el antiguo tipo de soberanía que residía en el Rey por un nuevo tipo de soberanía que residía en el pueblo, la soberanía popular. Así, el pueblo se convirtió en el soberano y la libertad (política) fue el valor supremo subyacente. La Democracia cristalizaría en el siglo XX en los países capitalistas de Occidente como forma de gobierno en la cual líderes de los partidos políticos se convierten en gobernantes a través de elecciones y del voto libre de todos los ciudadanos.
En la gran revolución del siglo XX, la soviética, también fue la libertad el valor guía. Solo que inspirada en Marx puso su acento en la economía porque de lo que se trataba era de liberar al proletariado de las cadenas de la explotación, lo cual se lograba eliminando la propiedad privada de los medios de producción. La Dictadura del Proletariado fue su forma de gobierno ejercida a través un partido único, el partido comunista, y como la política era mero reflejo de las relaciones de producción, el ciudadano, las libertades civiles y la Democracia fueron denunciados por ser artimañas de la burguesía.
Con la desaparición del socialismo en la URSS, también fue enterrado el tipo de legitimidad del que el marxismo proveyó a los dictadores de los países socialistas: las leyes de la historia, la necesidad histórica del socialismo como modo de producción sustituto y superior al modo de producción capitalista. Aunque sea muy deficiente, según los estándares de las democracias occidentales, en la Rusia postsoviética los gobernantes se seleccionan periódicamente a través de elecciones parecidas a las que por décadas se han realizado en las vilipendiadas “Democracias Burguesas”.
El socialismo es patrimonio intelectual de Karl Marx
Dicho lo anterior, para poder aterrizar en la llamada “revolución chavista” y la construcción del socialismo en Venezuela, me siento en el deber de hablar sobre Karl Marx porque él fue, sin duda, el teórico más importante que el socialismo haya tenido nunca. Sería un imperdonable irrespeto, y una gran mezquindad, no reconocer que después de la aparición del Cristianismo no ha conocido Occidente otro “ismo” de tanta proyección como el asociado a su nombre (Marxismo). El carácter universal que dio a su ideología, futuro socialista para todos los países del planeta, fue la razón por la que ganó seguidores en todo el mundo.
Es precisamente ese carácter de Proyecto Universalizador del que carecen todos esos “ismos” particulares aparecidos en América Latina, sin relevancia fuera de sus fronteras nacionales: Castrismo, Peronismo, Sandinismo y, últimamente, Chavismo. Nadie, en China, Rusia, Europa, los asume ni les interesa.
La reaccionaria revolución chavista
Finalmente, sobre la “revolución chavista” haremos dos comentarios:
El primero, referido a su pobreza teórica. Para suplirla ha recurrido al expediente de expropiarle al marxismo, de manera obscena, el término “socialismo”, usándolo como si fuera una creación propia de Chávez y el PSUV.
El otro, concerniente al carácter retrógrado que tiene desde sus orígenes. En un país democrático, donde la soberanía popular está establecida para escoger sus gobernantes, ya aquélla no puede ser ampliada sustituyéndola por otro tipo de soberanía. Pretender imponer otra, proveniente de un golpe de estado contra un gobierno democrático, para imponer un gobierno militar, es una acción política reaccionaria porque se traduce en una reducción de la soberanía popular. Dado el preponderante papel que el estrato militar desempeña sobre el civil en el aparato estatal venezolano, la llamada “revolución chavista” no es más que otra “revolución reaccionaria”.