Los Cien años de soledad de Gabriel García Márquez con sus locuras y embrujos, la percepción teórica de Arturo Úslar Pietri sobre el realismo mágico o lo real maravilloso de Alejo Carpentier, lucen como niñadas ante los arrebatos de irrealidad que le dan a los miembros de este gobierno y sus muy diversos adláteres, de los cuales, ya vemos, van quedando muy pocos, por suerte, por labor opositora y hasta por el sobrado tesón que en ello le han impuesto los mismos gobierneros. Tanto así que se piensa con intensidad la tramitación y ejecución de un referendo revocatorio del “mandato” de Nicolás Maduro.
Las “irrealidades” se presentan en este país desde que los viajeros de indias, incluido Colón, se deslumbraban con las visiones extrañas que percibían al arribar a las costas y pisar tierra firme. El “dorado” y su leyenda, las amazonas increíbles, los diversos comegentes en que transformaba la imaginación de los viajantes de entonces a los indígenas pobladores de nuestra “tierra de gracia”, así como a la recurrente y todavía actual imaginería en torno a los aparecidos, los muertos, las lloronas, los sin cabeza que deambulan siempre de noche, por cierto, los silbones y demás visiones de ultratumba: brujas que caen a los techos sin anunciar su presencia, posesos que se transforman en héroes de la independencia y demás creencias mágico-religiosas… Todas esas creencias explotan en sus límites de vinculación con lo real cuando hablan los extraviados representantes oficiales del “Estado”, los chavistas, digo.
¿En cuál novela cabría un jefe de Estado y de Gobierno que recibe instrucciones de un pajarito cantarín? Hazme reír mundial, impensable incluso en los desmanes imaginarios más acendrados. No voy a repasar la retahíla formidable de estas declaraciones oficiales que descentran a todo aquel que busque una lógica entre esta maraña selvático-cerebral, tropical, tránsito de psico-trópicos y asientos permanentes de diversas droga-dicciones. Los ministros no ven la inflación por lado alguno sino como producto del numen volátil de todos los demás habitantes del país, este donde las cifras no existen por innecesarias, como los cálculos y las proyecciones y planificaciones. Las colas por adquirir un producto para satisfacer algún dislocado apetito diario, se ven como “sabrosas” torturas inclementes bajo el sol. Las dentelladas por comer como cochinos en embarrado chiquero son percibidas por dirigentes oficiales como una ricura de disfrute. Alguna aspirante, perdedora por cierto, a alguna diputación por parte del partido oficial recomendó sembrar matas de acetaminofén, ese producto utilísimo para la cura, el tratamiento, el control de todas esas enfermedades que deambulan a nuestro alrededor en forma de mosquitos y que usted no consigue con ninguna facilidad en este desmesurado territorio.
Pero, me gustaría detenerme en la desenfrenada expresión de la Fiscal General de la República, nada menos. Tremendo y rimbombante cargo en cualquier país de vehículos automotor con repuestos y todo. Aquella que fiscaliza la legalidad del país y su marcha. Aquella que no interviene, para nada, en las ilegalidades cometidas contra los estudiantes detenidos y demás presos políticos, sus torturas, sus retardos procesales, sus audiencias preliminares diferidas por más de un año, sus retenciones en sitios de reclusión distantes en miles de kilómetros de sus familiares y amigos, sus situaciones médicas y los diversos etcéteras al respecto de la inhumanidad con la que el gobierno maneja el tema de los derechos humanos y la ley en Venezuela. Ésa que fue capaz de ubicar en Latinoamérica a un maravilloso clásico galo de la literatura universal. Y dice, sin que se le empelote la voz, que va a concluir una alocución en la Asamblea Nacional, nada menos que en su informe anual, con una reflexión que se basa en Los miserables de ese gran poeta nicaragüense que es Víctor Hugo.
Un error lo comete cualquiera, suele decirse. ¿Tan hondo? ¿En ese sitio? ¿Ante el país? ¿Qué piensan los franceses? ¿Qué piensan los nicaragüenses? ¿Qué piensan los estudiantes de literatura, de derecho, ante este despropósito que anuncia al mundo la incultura de una máxima representante de un poder de los poderes en Venezuela?
Hay muchas cosas que revisar en nuestras universidades. ¿Cómo un abogado puede ser a la vez inculto, malformado e inhumano? Esa es mi reflexión. Sobre los miserables seguiré hablando y escribiendo el resto del año.