Es ésta del “compren comida” una infeliz expresión de ciudadanos infelices. La más certera manifestación de la zozobra permanente en la que vivimos los venezolanos, al parecer desde siempre. Porque no sé desde cuándo circula en los medios propios de las maledicencias, en las llamadas telefónicas apresuradas, casi agónicas, de familiares, de amigos que alertan de la catástrofe venidera; en el chisme de vecinas que escuchan con atento rigor los lectores de periódicos y ahora de twitter. Una situación mucho peor que ésta, como si permanentemente sólo un incontrolable hundimiento fuera posible en esta arena movediza interminable, en este lodazal en el que se ha convertido nuestra vida política, nuestra vida social.
“Compren comida” alude directamente al abastecimiento. En tal sentido, no deja de ser en este instante, justamente, un planteamiento más o menos absurdo. Ayer mismo el muy sonado presidente Maduro eliminó una de las banderas alimentarias de la revolución bonita: los abastos Bicentenario, ese culto al hambre y a las colas, más pleno de campaña propagandística que de elementos nutricios. ¿Dónde y cómo uno se abastece aquí, así? Enumerados para adquirir “lo que suelten hoy”. Marcados como ganado en pie con hambre, para tal vez adquirir un champú para intercambiar por harina, si es que alguien la consiguió y tiene mucho pelo; no es mi caso. Llenos de bachaqueos y bachaqueros, ahora de gorgojos y pulgas y de cuanto insecto comedor hay, más bien de piojos, ante la ausencia de agentes químicos de limpieza corporal. Eso de comprar comida para abastecerse luce impropio, hasta ridículo hoy como expresión en Venezuela. Sin tomar en cuenta la inflación anunciada ayer en su incremento por el mismo presidente antes aludido, producto del aumento de la gasolina y la elevación del salario mínimo, así como la devaluación y el valor de nuestra moneda para adquirir cualquier “bien”, cuando hasta la palabra bien disuena. Ya nadie, ¿se han fijado?, responde “bien” a un “¿cómo estás?” Así, no se puede comprar comida con ninguna facilidad, sino más mal (bien) con todos los impedimentos.
Pero el “Compren comida” significa mucho más que la absurdidad, propia en la actualidad, por el abastecimiento; generalmente es el preámbulo de una catajarra de expresiones vinculadas con lo que se viene, siempre más lamentable que cualquier maratón por conseguir comida. “Compren comida” es el comienzo del anuncio de la inevitable fatalidad que se nos cierne; muchas veces, si no todas, está vinculado a los ruidos de sables, a los posibles cuartelazos y levantamientos militares. Hace muy poco ese contendiente lingüístico especial de Maduro y Diosdado, instaurado en la Asamblea, en que se ha convertido el paladín-parlanchín de Ramos Allup ha expresado su preocupación por una nueva asonada militar vinculada al PSUV. Esto ha hecho circular de inmediato la expresión aquí tratada: las madres llaman a los hijos y viceversa, las abuelas alertan, celular en mano; hasta los liceístas intervienen para llamar la atención sobre un hecho indetenible que se acerca desde el siglo XIX hacia nosotros, un tsunami bestial que nos arropará en horas y desestabilizará lo que queda estable. Esto, de verdad, ya no sabemos qué es. Bueno, lo que sea que quede estable corre riesgo inminente de desestabilización por otro militar con más fuerza y más gente. El “cuero seco” al que aludía uno de ellos.
Ya no es preciso que lo diga Ramos Allup ni que llame la abuelita. Las acciones son pre-visibles en todos lados. El “compren comida” se multiplica, acrece en su volumen y su cantidad, cuando uno pasa, como yo, por un peaje donde los militares más ramplones saben o aprenden a hacer de las suyas en la consecución del dinero de los ciudadanos: un día uno ve que han puesto saquitos de arena y piensa con sospecha que es algún decorado especial que se instaló dada la proximidad de el día de reyes o los carnavales, la próxima vez que pasa ve que los militares se han acorazado y usan con más visibilidad sus chalecos antibalas, todos. Y otro día aprecia con profunda preocupación que ya tienen cascos de guerra, y llama o mensajea: “compren comida”.
Zozobra permanente. Esta sensación de que algo negativo siempre está por ocurrirnos. Debemos ser una sociedad digna de un profundo estudio psico-social que determine cómo en estado de permanente zozobra aún logramos hacer cosas sin paralizarnos de una vez y decir: “ya va, ya”. “Esto no lo aguanta nadie”, como fue algún slogan de esos que hoy lucen chiquiticos ante la desbordante realidad, tal como luce aquel de “¿Dónde están los reales?” Antes al menos se encontraban barbitúricos, calmantes y antidepresivos. Ahora volvimos a las ramas, a los rameros y rameras, a la cura y la calma espiritual, físico-corporal, cubano-vegetal.
¿Ocurrirá un cambio real y profundo alguna vez que nos permita un mínimo de tranquilidad vital? ¿Podremos andar a ciegas sin la expectativa permanente de la alarma del tsunami? Nadie lo sabe, seguramente, ni los brujos y sus adláteres. El “compren comida” en su absurdidad inmediata circula con rigor hoy. Hagan lo que quepa al respecto, ya que estamos más cerca del “sálvese quien pueda” y de aquello de que “el último apague la luz”. Por cierto, compren velones, lamparitas y cocuyos, porque el Guri cuartorepublicano se seca y no llueve. La calamidad envuelve nuestro ser, y aún así: seguimos.