Con sus excepciones, economistas de todo pelaje, en especial de oposición, aprueban como “positivo” el aumento de la gasolina, soslayando que sólo tendría sentido en el marco de una reforma estructural. Algunos hasta se atreven a decir que Maduro se quedó corto, que fue muy “poquito” el aumento de 6.000%. Usan como argumento el viejo truco de sumar peras con manzanas y se desatan a decir que el litro de gasolina todavía sigue muy por debajo de la botellita de agua mineral. Por lo cual el hijo del Galáctico debió ir a “fondo” e “internacionalizar” el precio. Ninguno refiere su brutal efecto inflacionario contra los más pobres.
Por supuesto, para nuestros sabiondos amigos opinar distinto a ellos es cosa de brutos mortales. Incapaces de entender las “complejidades” de la economía pura y dura, en la cual para nada debería entrar la “sucia” política dejando todo exclusivamente al mercado. La campaña orquestada ha alborotado el sentimiento de culpa de muchos por consumir una gasolina casi regalada que han comenzado a reproducir el discurso de los economistas.
Postura radicalmente opuesta asumen los economistas al referirse al esmirriado aumento salarial de 20% con el cual el heredero del Gigante trató de lavarse la cara con gran desparpajo ante los trabajadores. En ese caso, con rostros compungidos, afirman que el mismo es muy “preocupante”. Que ese incremento salarial tendrá “serias” repercusiones “inflacionarias” por no estar soportado en un aumento de la “productividad”.
Sobre las razones de esa cínica posición de muchos economistas, tan distinta frente a una y otra decisión (aumento de la gasolina y aumento de salario), por ahora no voy opinar. Solo me quedaré en la constatación del hecho para advertirles que el pueblo no es ignorante y si sabe identificar cuáles son sus motivaciones. Sobre todo cuando se muestran las “costuras” de manera tan burda. Circunstancia que aprovecha el régimen para acentuar el resentimiento social.