El 26 de febrero de 1986, Venezuela suscribió el “mejor refinanciamiento del mundo” de acuerdo a la entusiasta declaración del Presidente Lusinchi. Hubo también escepticismo y hasta un franco rechazo a la suscripción que la maquinaria publicitaria y represiva del gobierno, por cierto, distante de la ferocidad actual, no pudo evitar.
En horas del mediodía, la juventud socialcristiana se dio cita en la Plaza Caracas para protestar el hecho, exhibiendo un monigote alusivo, pero – inmediatamente después de culminar el exitoso acto de denuncia – llegó un impresionante contingente policial y hasta se posó un helicóptero en el centro de la plaza del cual descendió su comandante: armas de fuego, artefactos lacrimógenos y peinillas, pretendieron ahogar una protesta con la que, desde las ventanas de las torres del Centro Simón Bolívar, sede de varios ministerios, se identificaron los propios empleados públicos. José Luis Torrealba, José Segovia, Freddy Torres y Luis Nunes, por ejemplo, fueron los más molidos a perdigonazos y palos, en una jornada que terminó con la detención de casi todos los manifestantes, mientras que muchos de los que hoy son gobierno, favorecidos por el presupuesto universitario ahora negado, ni siquiera se hicieron sentir.
En Cotiza recibieron a las víctimas de una desproporcionada represión que, además, se negaron a rendir declaración y a suministrar cualquier dato para el registro, pero – marcando la diferencia con el presente – toda la prensa libremente reseñó el atropello, el gobierno debió enfrentar el debate parlamentario y sus consecuencias, siéndole imposible – subrayemos – evadir, ocultar o negar los pormenores de un acuerdo financiero que, lo supo y asumió, no era de su completa incumbencia, porque el país lo interpelaba.
Hubo una juventud políticamente organizada, probada en el medio estudiantil, sometida a una periódica renovación institucional y presta al debate, capaz de remontar las dificultades. Valga acotar, la que también hizo muy severos planteamientos frente a las realidades por entonces vividas, aunque sus sospechas – varias veces ventiladas en las cercanías del nuevo siglo – jamás adivinaron o apostaron por condiciones y situaciones peores, hoy prevalecientes.
En 1986, el petróleo había descendido de $26 a $12 y la inflación de 9% trepó a 40% al siguiente año, extendiéndose el gasto público bajo un sistema de control cambiario y de precios, generada una escasez de aproximadamente 30% de los productos, y con una deuda externa que finalmente remontó aproximadamente a $ 35 mil millones, según algunas fuentes. Luego que el régimen literalmente disfrutara del barril petrolero por encima de $ 100, en 2016 desciende a menos de $ 30, tememos por una inflación que cierre sobre 500%, profundizando en los controles como nunca antes, con una escasez de indecible porcentaje y una deuda – prácticamente inescrutable – que supera más de cien mil millones de dólares, apartando los pasivos de PDVSA y los compromisos contraídos con el llamado Fondo Chino, cuyo servicio luce superior a lo disponible en las reservas internacionales.
@LuisBarraganJ