Parece mentira pero hoy no somos menos mendigos que quien se monta en el autobús para suplicar monedas. La vida de los venezolanos transcurre en un escenario común: colas para mendigar comida, medicinas, jabón, crema dental, papel higiénico, servicios básicos, repuestos para el carro, boletos aéreos y cualquier otro producto.
Y aunque la mendicidad es una práctica asociada al desempleo y a la falta de ingresos, la situación de escasez que vive el país ha impulsado otra forma de limosnear: la humillación colectiva de madrugar por un kilo de Harina PAN.
Hace tiempo que no se trata de si eres chavista o de si estás con la oposición. Para comprar (lo poco que se puede y lo poco que hay) todos pasan por el capta-huellas por igual.
En los barrios hay cola y en las urbanizaciones también. El panorama es el mismo de lunes a domingo. Los fines de semana ya no son para descansar. Hay que “aprovecharlos” para recorrer supermercados y cualquier lugar donde se pueda “mendigar” lo que sea.
Arepas sin mantequilla, mantequilla sin arepas, café sin leche, leche sin café, jugos sin azúcar, pabellón criollo sin caraotas y sin arroz… Así es como “medio” come el venezolano.
Mientras tanto el Gobierno insiste en una “Guerra Económica”. Una teoría que lleva años exponiendo para justificar su incapacidad. La responsabilidad se ha ido ampliando a lo largo de los años con diferentes culpables: manipulación de los medios, conspiración de los empresarios, acaparamiento, y la más reciente: la dramática caída mundial en los precios del petróleo. Lo cierto es que en los países árabes -también con economías basadas en el oro negro- la gente sigue teniendo comida, medicinas y todos los servicios que necesita la población para vivir con dignidad.
Pero en las colas venezolanas no se habla de macroeconomía ni de hipótesis chavistas. El ciudadano “de a pie” quiere cambio. Se expresó con contundencia en las Elecciones Parlamentarias de diciembre pasado, pero Maduro sigue sin interpretar los resultados. Para él se trató de un acto desleal a la “Revolución”.
Basado en esa idea, ha intimidado al pueblo: “Yo quería construir 500 mil viviendas el próximo año, yo ahorita lo estoy dudando”, dijo en cadena nacional unos días más tarde. ¡Pero no sólo de casas vive el hombre, Presidente!
Hace falta comida. Buscar alimentos se ha convertido en una rutina peligrosa. Hay familias que pasan la noche entera a las afueras de los abastos esperando a que éstos abran para poder garantizarse productos básicos. Lo mismo ocurre para comprar baterías y cauchos para los carros.
En Venezuela la mendicidad también se trata de recorrer una docena de farmacias para encontrar medicamentos, pañales y leche para bebés.
Por las calles se camina mirando las bolsas de los demás. Vecinos y familiares hacen trueques. No se trata de cuál producto sea más caro. La escasez ha igualado las marcas y la calidad. Aquí se trata de la necesidad: yo te doy un kilo de leche y tú me das medio kilo de arroz.
Así convive y sobrevive nuestra sociedad. Ahora con nuevos criminales: “Los bachaqueros”; individuos que revenden todos esos productos que no se encuentran en los supermercados.
Los delitos asociados a la comida se han multiplicado. En Barquisimeto un ciclista le arrancó de las manos una bolsa de carne a una señora de 60 años que iba caminando por la acera.
En Caracas, al estilo de “Loco Video Loco”, se hizo famoso el robo de una mujer a la que le bajaron los pantalones. Impulsada por la vergüenza, la ama de casa soltó las bolsas para arreglarse la ropa; momento que aprovechó el ladrón para huir con los paquetes.
De la mendicidad a la delincuencia hay estrechos pasos. En medio de toda esta crisis económica, política y social que se vive en el país, tenemos que aferrarnos a los valores; especialmente al respeto y la tolerancia (ojo, ¡¡tolerancia, no conformismo!!).
Esos principios y muchos otros que nos distinguen en el mundo como un pueblo noble, amable y solidario tenemos que preservarlos. No permitamos que haya escasez de sensibilidad humana.