Todo presidente tiene la gran oportunidad de convertirse en protagonista de los cambios políticos, sociales y económicos que experimenta su país durante un mandato. Al inicio de su período muchos de los anuncios que se hicieron desde el gobierno sobre medidas para frenar el rentismo petrolero, controlar la corrupción y estimular la economía despertaron la esperanza que Maduro podría convertirse en uno de esos hombres.
Lamentablemente, tanto para él, como para el país, la falta de liderazgo, dentro y fuera del PSUV, lo han llevado a postergar decisiones para complacer a los diferentes grupos de poder que operan actualmente en el gobierno. Medidas como la unificación cambiaria, el aumento de la gasolina y detener la emisión de dinero inorgánico, se tomaron tarde o no se hicieron realidad para no afectar los intereses de unos pocos enchufados.
Maduro decepcionó a los venezolanos, incluyendo a los seguidores del proyecto del presidente Chávez, porque su falta de decisión y coraje han agravado la crisis que vive nuestro país y demuestran que el cargo le quedó grande. Su papel en la historia quedó relegado al de un actor de reparto, utilizado por los verdaderos protagonistas para repetir las escusas que nadie cree, como la guerra económica y el sabotaje.
Este rol secundario lo ha interpretado Maduro de manera impecable, repitiendo una y otra vez los mismos diálogos, aunque solo él cree en la veracidad de los mismos. Como todo actor de reparto, el presidente permite que los verdaderos protagonistas y dueños del poder dirijan la trama de esta historia de drama y terror en la que han convertido a Venezuela.
Luego de desperdiciar la oportunidad de brillar como uno de los protagonistas de la historia, nuestro lúgubre personaje ya no tiene mucho más que ofrecer y el protagonismo que nunca quiso tomar lo está reclamando el pueblo, que se muestra cada vez más activo en propiciar los cambios políticos y económicos que necesitamos para construir un país moderno, próspero y justo.