Los herederos de Hugo Chávez actúan como si viviesen en los días posteriores al apoteósico triunfo de diciembre de 1998, cuando el país y el mundo les sonreían. Todo estaba por verse. El país se embarcó en la aventura de refundar la República a través de la Constituyente. Un nuevo pacto social, Constitución, parecía necesario luego del agotamiento del modelo democrático surgido en 1958, tras la derrota de la dictadura de Pérez Jiménez.
La fuerza emergente, que había irrumpido en una nación desencantada de sus élites, contaba con el respaldo de los sectores más pobres y de la clase media. El caudillo pudo ganar una larga cadena de elecciones y consultas populares, interrumpida solo el 2 de diciembre de 2007, cuando quiso acabar con la democracia e implantar el comunismo con el voto de la gente. Su carisma, la organización de sus aliados, los errores de la oposición y la prosperidad petrolera, le permitieron convertirse en un líder casi imbatible.
Ese escenario ideal cambió hace tiempo. El germen de la destrucción inoculado por Chávez al organismo social y la infinita ineptitud de Maduro y sus colaboradores, acabaron con el respaldo de las masas al proceso. Ya no tienen líder, gente, petróleo, ni crédito internacional. El chavismo solo conserva las instituciones, que en la República “refundada” a partir del 99, se alinearon con la dictadura legal tramada, primero por el teniente coronel y luego por su lugarteniente.
En medio del aislamiento e impopularidad en la que vive, lo más racional sería que Maduro y la cúpula oficialista concertaran una solución política e constitucional a la crisis. La enmienda, por ejemplo, no interrumpiría el mandato del Presidente de forma abrupta, sino que le permitiría presentarse en una nueva elección como candidato del oficialismo. Sería esta una alternativa honorable para el primer mandatario. Podría demostrar sus dotes de aguerrido dirigente y amado líder popular, tal como le gusta presentarse. Las otras opciones constitucionales son más traumáticas. El revocatorio, la renuncia o la constituyente, significarían su despido inmediato de Miraflores. Sin embargo, se niega a considerar esas posibilidades que ofrece la Carta del 99, colocadas allí porque Hugo Chávez lo quiso. Quien convirtió la democracia venezolana en refrendaria fue el Comandante. Ese modelo formó parte de su ideario y de su visión de la democracia directa y protagónica. En la Constitución de 1961 no existían esas figuras concebidas para recortar el mandato del jefe de Estado. Si, como se promociona, es un legítimo heredero del legado de Chávez, debe aceptar que se instrumente cualquiera de las alternativas ofrecidas por la Carta del 99.
Al parecer escogió el más árido de los caminos: tratar de llegar vivo, aunque no ileso, a las elecciones de 2018. Para todos esta representa la peor elección, especialmente para los rojos. Es cierto que el país seguirá deslizándose por la pendiente, siempre bajo la amenaza de un estallido social. Pero, para el PSUV será la debacle. En 2016 podrían perder la inmensa mayoría de las gobernaciones y el año que viene sucedería lo mismo con las alcaldías. Estos descalabros precederían la derrota final en los comicios presidenciales del 18. El oficialismo quedaría derretido. En apenas tres años habría perdido las gobernaciones, las alcaldías, la Presidencia de la República y sería clara minoría en la Asamblea Nacional. Se repetiría el ciclo que comienza en diciembre del 98 cuando Chávez triunfa frente a Salas Römer, aunque con otro protagonista: la alternativa democrática. Las posibilidades de negociaciar del ahora oficialismo serían escasas. Por más reconciliación que haya, como todo acto y proceso político, esta dependerá de la fuerza con la cual cuenten los “reconciliados”. Se alejarían las posibilidades de que el PSUV se recomponga y vuelva a ser una opción de poder.
El camino de algunos políticos hacia el suicidio ha sido ampliamente estudiado. La historiadora Bárbara W. Tuchman escribió un libro excepcional: La marcha de la locura. La sinrazón desde Troya hasta Vietnam. En el mundo globalizado, nada se resuelve de forma permanente con represión y amenazas. El poder basado en estas dos columnas es efímero. La democracia termina imponiéndose.
@trinomarquezc