El contexto económico de bajos precios del petróleo, inflación desbocada y desabastecimiento asfixiante solo se agrava con un clima político cada día más áspero y conflictivo. En un entorno como ese todo apunta a una profundización de la crisis sistémica que sufre el país. El Gobierno anuncia unas medidas, que salvo el aumento de la gasolina, son una terca repetición de un modelo fracasado. Más controles de precios, controles de cambio, sempiternas alcabalas de la corrupción y espantapájaros de la inversión. Más de lo mismo pues. De esos polvos vienen estos lodos.
Si a ese cuadro económico le agregamos el desconocimiento y la pretensión de anular a la Asamblea Nacional subiéndole irresponsablemente el volumen a la confrontación política en el momento más inapropiado, lo que queda por delante es un doloroso camino de sufrimientos para los venezolanos. El Gobierno pone a la oposición en el disparadero de verse obligada a activar los mecanismos constitucionales para buscar su remoción, cuando lo sensato y patriótico era mancomunar esfuerzos para sacar a Venezuela de los atajaperros en que está metida. En lugar de tender la mano el Gobierno prefiere lanzar puñetazos.
En una atmosfera política de tanta pugnacidad difícilmente podrá tener éxito alguna medida económica; en ningún país funciona correctamente la economía si la textura del debate político esta corrugada de crispación e irascibilidad. En Venezuela somos víctimas de una combinación fatal: falta de rectificación económica y exceso de conflictividad política. Así es imposible salir adelante.
Estamos parados sobre un momento crítico. Los venezolanos nos encontramos ante una encrucijada de incertidumbres. Así estarán de mal las cosas que las preguntas que permanentemente se hacen la mayoría de los venezolanos son ¿cuando salimos del Gobierno? ¿Cuándo se va Maduro? ¿Lo sacamos con revocatorio, enmienda o constituyente? ¿Será que Maduro va a renunciar? En lugar de formularse preguntas sobre la posibilidad de que suban los precios del petróleo, que aumente la producción de bienes y servicios, o que puedan lograrse consensos fundamentales para salir de la crisis. Esas preguntas son un indicador de que hoy en día muy poca gente cree en que este Gobierno pueda o quiera rectificar. Y desde el Gobierno hacen todo lo posible para que la mayoría de los venezolanos piensen así.
Así las cosas, el país se enrumba hacia mayores tensiones sociales y escaramuzas políticas. La irracionalidad prevalece hoy pero la sensatez terminará triunfando. Solo me pregunto ¿a qué costo? Tenemos el deber de manejar el timón con firmeza para garantizar que las diferencias se resuelvan dentro de los caminos de la paz y el respeto a la Constitución. No caer en las provocaciones de los mercaderes de la violencia es un reto. El valor del agua lo reconocemos en la sequía, el valor de la luz cuando estamos a oscuras, el valor de la palabra cuando impera el silencio.
Esta encrucijada de incertidumbres, tarde o temprano, nos tiene que llevar a que en Venezuela triunfe la palabra y no la fuerza. Tenemos que llegar a un puerto en donde no tengamos complejos de hablar de acuerdos políticos en función de los más elevados intereses nacionales. Saber pelear no sirve de mucho, saber pactar con transparencia, sin complejos, sin hipocresía sirve de mucho. Venezuela necesita un nuevo pacto, un nuevo punto fijo adaptado a este tiempo. Es la única forma de poder salir adelante, y lograr cambios verdaderos y perdurables. Los socialcristianos ponemos nuestros ahorros allí.