José “Pepe” Mujica dejó la presidencia uruguaya el año pasado, pero el actual senador nunca abandonó la política local. Y mucho menos se dejó de interesar por la política de América latina, de la que alguna vez fue visto como uno de los estandartes de la izquierda moderada, que miraba a la distancia los excesos del chavismo y otros febriles seguidores del populismo regional.
En diálogo con LA NACION (Argentina), Mujica dijo que en el contexto político del continente, con retrocesos electorales, caídas de popularidad y crisis institucionales en diversos países, “si a la izquierda le toca perder terreno, que lo pierda y aprenda”.
-Su visita coincide con la fuerte crisis que vive Brasil, un país que usted conoce muy bien.
-Brasil tiene una crisis de confianza. A mí no me preocupan los que van a las manifestaciones de un lado o del otro; me preocupan los que van a quedar desocupados, los que no tienen trabajo. La crisis política ha generado una crisis de carácter económico; se retroalimentan: hay una crisis de confianza y, entonces, la economía está paralizada. Una economía necesita un cierto margen mínimo de confianza porque, si no, no hay juego económico, y eso es lo primero que tienen que arreglar los brasileños.
-Usted conoce a Lula y a Dilma. ¿Le parece que la gente tiene razones para desconfiar, que esa desconfianza tiene sustento?
-Yo los conozco y les tengo confianza. Lula es un luchador de toda la vida. Como personas confío. Ahora, que puedan con ese monstruo es otra cosa. Brasil es un país federal, tiene muchos poderes adentro, tiene poderes estaduales… Brasil todavía tiene coroneles, no en el sentido militar sino en el sentido feudal, señores poderosos. Lo que me preo-cupa es que hay gente inteligente y tendría que haber un acuerdo, por lo menos para detener la hemorragia económica. Después podrá ser el PT o podrá ser Mongo [quien gobierne], pero hay un problema básico; primero salvar al país.
-Otro país de la región en problemas es evidentemente Venezuela, que vive un proceso similar al de Brasil.
-El de Venezuela es un proceso muy complicado, porque se le suma la crisis del petróleo a un país que no ha podido superar la dependencia casi absoluta de esa exportación. Venezuela tiene la maldición del petróleo. No es un problema de ahora, es muy viejo. Es un país que tiene un enorme potencial agrícola y casi no produce alimentos; más del 80% de los alimentos los importa, y eso es espantoso. Y con la caída de los precios del petróleo se les multiplica todo. Además hay otro factor en juego, que es tener a la vez un Parlamento opositor al gobierno y un ejército de izquierda. Es un modelo que nunca habíamos visto. Y eso explica por qué las fuerzas opositoras no avanzan más.
-¿No avanzan porque tienen al ejército en contra o porque el ejército reaccionaría en defensa del chavismo?
-Porque no quieren provocar que el ejército se haga cargo de la situación, pienso yo. Los venezolanos ven eso. Es mejor tener una democracia empatada.
-En Bolivia, Evo Morales acaba de perder un referéndum. ¿Le parece que todo forma parte de un mismo proceso?
-La gente quiere cambios en todas partes. En Brasil hubo gente que salió haciendo el signo fascista y gente que pide dictadura, porque no hay animal más desmemoriado que el hombre, sobre todo la gente joven que no vivió la dictadura. Uno aprende con lo que vive, no con lo que le dicen. Y es muy peligroso, porque es demasiada inocencia.
-¿No cree que piden otro tipo de cambio, un cambio más sano? Por ejemplo, que termine la corrupción.
-Pero claro que sí. Nuestras sociedades son ínsitamente corruptas, porque generan mucha riqueza y la reparten mal. Ahí empieza la primera gran corrupción, en las injusticias de nuestras sociedades, en la concentración excesiva de la riqueza sin que pase nada, y también en la corrupción política. Es moda de los empresarios que vienen a América latina que ofrezcan coimas a diestra y siniestra. Hay que estar en guardia; nos lastiman a los políticos, a los partidos políticos.
-¿Y cuál es la responsabilidad de los partidos?
-No puedo hablar de los partidos de derecha, no tengo autoridad moral para hablar de ellos. Pero le puedo hablar de los partidos por los que lucho. Hay que ser ínsitamente republicano, hay que acostumbrarse a vivir como vive la mayoría de la gente, no como vive la minoría. Los militantes de los partidos progresistas tienen que cuidar mucho su vida. Y su vida tiene que ser común y corriente. A veces nos invitan a comer a la mesa que tienden señores poderosos y por urbanismo hay que sentarse, pero esa mesa no es nuestra, es de los señores poderosos.
-Usted ha sido ejemplo de austeridad, se habla de su granja, de su perro, del Fusca… Pero no refleja en otros países.
-Puede ser que no se refleje, no importa. Es una manera de pensar. Si entramos en ese camino perdemos el partido.
-¿Adónde va la región ahora?
-Nunca piense que la izquierda está perdida. Tampoco piense que la derecha ganó definitivamente. La historia humana es una lucha permanente por tiempos conservadores y tiempos distribuidores, es pendular. Esas dos caras han existido siempre y disputan. Esas dos caras tienen deformaciones. Lo conservador, cuando se hace muy duro, es el fascismo, y la izquierda, cuando confunde los deseos con la realidad, cae en esa deformación del infantilismo, de puro voluntarismo. Ambas posiciones son peligrosas. Si a la izquierda le toca perder terreno, que lo pierda y aprenda, porque tendrá que volver a empezar. Y si cometió errores, tendrá que reaprender, y la vida continúa.