¡Atención! No me voy a referir a las trampas de cada elección en Venezuela sino a las elecciones como ilusión sistemática, como zanahoria inalcanzable y como principio organizador de la vida política por parte del régimen actual.
Los dictadores latinoamericanos clásicos tenían alergia total a las elecciones. Frente a la voluntad popular existía la militar, más organizada y poderosa. Aquélla era díscola y la podían utilizar “los comunistas” (nombre-código para todo lo que no fuera parte del tinglado dictatorial). No siempre podían evitar las elecciones: cuadraban como fuente de legitimación y lubricante del poder dentro del grupo mandante. A veces se escapaba la liebre y desencadenaba otros procesos; para prevenir esos peligros, evitaban los comicios hasta donde les era posible.
El régimen venezolano ha hecho de las elecciones una manera de existir, un rito periódico que cumple funciones políticas y simbólicas. ¿Cómo va a ser dictadura un sistema que consulta a cada rato al pueblo? Esta tesis ha servido para la propaganda y no sólo ha llenado la boca de los amigos del régimen venezolano sino que ha actuado como inhibidor de sus críticos.
Las elecciones, a pesar de los fraudes, es un riesgo para los rojos. Han sido derrotados en varias oportunidades, la más reciente y clamorosa la del 6 de diciembre pasado. Sin embargo, tienen que hacer elecciones, tratan de ganar a como dé lugar y, si pierden, procuran vaciarlas de significado. Así ocurrió con el Referéndum Constitucional de 2007, cuyo contenido lo embutieron por la puerta de atrás; así, con la sustracción de competencias y recursos a gobernadores y alcaldes opositores; ahora con el intento de inutilizar la Asamblea Nacional, y la grave denuncia de Henry Ramos Allup según la cual quieren enjuiciarlo a él y a otros diputados.
A pesar de las derrotas, el interés del régimen es mantener al sistema político ocupado exclusivamente en las próximas elecciones de gobernadores, y que la oposición se descuide respecto a lo que se ha trazado como objetivo fundamental: la salida de Maduro. Y, hay que decirlo, esa estrategia podría funcionar si la dirección política opositora comienza a echarle un ojito a las candidaturas y pospone el cambio de régimen como objetivo central.
No se trata de desestimar las elecciones de gobernadores sino privilegiar el cambio de régimen e insertar aquéllas en esa estrategia, para que no se conviertan en una manera de aplazar –sin querer queriendo- el cambio de régimen. Así, tal vez, las elecciones más urgentes sean las presidenciales.