La era del oscurantismo, como fue conocida la edad media, es la mejor forma de describir nuestra actualidad, la Venezuela del madurismo, ya que tiene paralelismos claros con aquella triste época.
La similitud más clara es la falta de servicios básicos. Es algo cotidiano para los ciudadanos bañarse y realizar las actividades de aseo mínimo con tobos, jarras o cualquier recipiente, incluso llegar al extremo de bañarse encima de poncheras para reutilizar el agua. En hora de la madrugada ya es cotidiano despertarse sofocados por el calor pues el servicio eléctrico ha sido “racionado”. También, el horario donde acostumbrábamos a reunirnos en familia ha sido secuestrado por Corpoelec dejándonos en penumbras sin contemplación alguna.
Todos los estamentos de la vida medieval están presentes en nuestra realidad, contamos con una especie de clero que pretende imponernos una religión laica, basada en un ser supremo “comandante supremo” es un delito digno de tortura o prisión hablar en contra de los evangelios del difunto “Plan de la Patria”. La prueba son las decenas de presos políticos y medios perseguidos por decir la verdad. Esa casta al igual que en otrora disfruta de privilegios y riquezas a costa de la población general.
La nobleza de nuestros tiempos, los llamados “Bolichicos”, compuesta entre otros por los sobrinos de la soberana. Es una clase que disfruta al ostentar sus fortunas, colocando fotos en las redes con dólares a los que nadie más puede acceder, chocan carros de lujo y viajan a los destinos más exóticos. Estos individuos han crecido con la concepción que el país les pertenece, al punto que pueden ordenar la detención de dueños de posadas o comisarios locales.
Nuestro monarca actual, al igual que en el medioevo, no es más que un primus inter pares (primero entre sus pares), que cuenta con un poder muy limitado por sus señores feudales (todos sabemos quiénes son) e incluso cede ante la fuerza de sus barones territoriales, como es el caso de Tareck El Aissami en Aragua o Arias Cárdenas en el Zulia. Un hombre que solo exhibe su corona pero no cuenta con un poder o liderazgo real, ni en el país, ni en sus filas.
En Venezuela vivimos en el oscurantismo, pero cada día son más claros los signos que nuestro propio renacimiento está por llegar, el retorno a la modernidad y la prosperidad necesita del esfuerzo de todos y lograremos tener el país que merecemos.