El hogar tiene ambiente de santuario. Quizá se pague una promesa con ese incierto complejo de lo inconveniente. Se ha santificado la casa, no con los aromáticos inciensos particulares de los tiempos de reflexión espiritual, sino con una forzada andanada de velas y velones. No se venera ninguna sagrada imagen o se levantan plegarias para evitar una antediluviana profecía de catástrofe mundial. Sólo son candelillas improvisadas ante la promulgación de los apagones como acción cotidiana.
Emigrar de nuestros aposentos la semana pasada era una idea elocuente, para huir de tan inconveniente sistema de racionamiento eléctrico. No existía mejor excusa para visitar los recintos de fe, donde mora el amor de Cristo y su duro sacrificio de amor. Pero la crisis allanó a las iglesias, faltando hasta las hostias para las eucaristías de esa Semana Santa.
Resulta dura la tarea de escribir sobre un país en el cual los sinsabores son una especie de virulenta estela de desagravio continuo. No es justo para una nación saturada de maravillas naturales y gente receptiva, encontrarse atrincherada y embestida por quienes osan regentarla para su destrucción.
Tal vez muchos núcleos familiares labraron por varios meses, unos ahorros para pasar unos días de sosiego y esparcimiento en la sin igual isla de Margarita. Sorpresa atroz encontrarse que la soga de las privaciones apabullaba a esta belleza paradisíaca. Los hoteles laboraron a media máquina en la temporada que debía erigirse de mayor esplendor. Sin agua y sin servicio eléctrico continuo, el hospedaje masivo se hacía cuesta arriba, por ello se convirtió en tema de noticieros internacionales ver con estupefacción, la decadencia de nuestro especial rincón turístico del Caribe.
Pero esta demencia llegó a otros niveles. A partir de esta Semana Santa, no se necesitará para ir a la playa, de la acostumbrada vestimenta de traje de baño. Ahora se requerirá de un disfraz similar al de Indiana Jones o Tomb Raider, con todos sus adminículos de explorador furtivo. La sequía y las temperaturas altas generaron que el Crocodylus acutus o caimán de la costa, tuviera la desfachatez de la supervivencia, para ir a pasar sus vacaciones en las bahías de Higuerote, Carenero y Río Chico.
Se imaginan chapoteando en el agua, sumergirse para aplicar una broma y creer que el juanete de la suegra se encuentra más grande de lo acostumbrado, pero se está agarrando la cola serpenteante de un cocodrilo. Tal corolario de extrañezas ocurre en tan complejo asueto, que preferimos permanecer atosigados por el calor generado por la falla del fluido de electricidad que por las fauces deshidratadas de un taimado caimán.
Lamentablemente como todos los años, se acaban estas vacaciones de la Semana Mayor y volvemos a la citadina realidad de esta Venezuela dejada por los precursores socialistas. Continuamos escuchando las noticias de los 20 mil millones de dólares adeudados por este Gobierno a proveedores internaciones de sectores industriales, medicamentos, transporte aéreo y ensamblaje o que el venezolano no cuenta ni con el dos por ciento de sus ingresos para ahorrar.
Para quienes se adentran diariamente en este zoológico urbano nacional, no resulta extraño ver caimanes conviviendo con la gente o a un ciudadano subsistiendo con un salario mínimo recién aumentado de 11 mil 578 bolívares, cuando la cesta básica familiar se encuentra en 121 mil 975. Así de normalita está nuestra capacidad de asombro.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
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