La vida cotidiana se ha convertido en un particular naufragio de los esfuerzos. Ese complejo e insustancial plan quincenal de los gastos, sólo sirve de satírico recordatorio que alguna vez cumplíamos con el recetario alimenticio familiar. Pero el colmo llega al desfiladero de la amargura, cuando las solemnes palabras celestiales de sostener la vida en pareja con la hechura de los bríos laborales, se convierte en simple palabra bíblica y no en la justa, digna y honrosa demostración que el pan se obtiene con un tesonero trabajo.
Por más que llegamos al extremo de la sudoración; que enjugamos de forma lacrimosa nuestra frente; que contamos cada surco y pliegue como afluentes para labrar un destino diario, la realidad se confronta en la decadente ironía que en las panaderías no hay pan. Podrán vender cualquier otra superchería para su subsistencia, pero su principal producto se volvió una panacea del apocalipsis nacional.
Cuando nos dicen casi musicalmente que aquí se formó el paranpanpán, nos suena en este instante a bufonada sarcástica, pues el consumo no da para la rima.
La meticulosa cruzada por la consecución de bolillo anhelado, nos hace recorrer varios establecimientos, alcanzando el preciado insumo con la limitante de sólo recibir 10 por persona, como obligándonos a efectuar esta persecución al día siguiente y limitar el consumo para nuestros familiares.
Venezuela viene desarrollando su aparato productivo de ciudadanos irascibles y consternados, quienes atisban un rosario para ligar si el sueldo alcanza para adquirir algo que probablemente tampoco se consiga.
Nuestro país es un “pandemónium”. Si desglosamos semánticamente esa palabra, con esta tormentosa confluencia de situaciones, debemos quitar la palabra pan –que no se consigue- y dejar el “demonium” suelto, por culpa de un sistema político que apuesta por el quebranto y el caos.
Esta semana voceros gubernamentales lanzaron las promesas en el estrepitoso desfiladero del hastío, que más temprano que tarde estarán los sacos de harina para la fabricación del ahora suculento plato. Resulta una burla pasar horas sin electricidad, con los grifos vacíos y sin panes para rellenarlos con lo primero que consigamos.
Hoy mis oraciones se han incrementado ante este aluvión de contrariedades. No sé si pedir por el maná del cielo o que un buque atiborrado de harina de trigo desvíe por error su curso y pise tierras venezolanas.
Tras mucho meditar he llegado a una conclusión virulenta y casi insidiosa. El Gobierno tiene buenas intenciones en el fondo con nosotros. Simplemente nos hace un favor de adiestramiento. Si lo pregonado por algunas religiones resulta cierto, sobre el final terrenal, probablemente los venezolanos tengamos una gruesa capa de la supervivencia y seamos la única comunidad primitiva en sobrevivir frente a un cataclismo mundial.
Podrá faltar el agua o la luz y escasear la leche, el pollo, las medicinas y un sinfín de insumos que ya ni recordamos, porque no aparecen. Pero lo que sin lugar a dudas jamás tendremos es el pan rallado, pues el hambre nacional no permite el tiempo para que se endurezca el escaseado producto.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
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José Luis Zambrano Padauy