Es bastante obvio que los chavistas, con Nicolás Maduro a la cabeza, no están dispuestos a cumplir las leyes y perder el poder. Las elecciones y la legalidad burguesa eran útiles cuando tenían o podían simular que poseían la mayoría de los electores. Ahora, y desde hace unos años, sólo les queda invocar la sacrosanta revolución y gobernar apelando a la razón testicular.
Por Carlos Alberto Montaner / El Nuevo Herald
La estrategia es muy simple y transparente: cuando pierden el control de alguna institución (las gobernaciones, las alcaldías, la Asamblea Nacional) la vacían de funciones reales, que pasan a ser ejercidas directamente por el Ejecutivo o núcleo duro de la dictadura.
A los representantes de la mayoría opositora los dejan figurar en el organigrama de la República, ocupando cargos nominales y cobrando todos los meses algún estipendio, pero sin poder real. Cuando protestan en las calles por esta burla a la voluntad popular, los represores asesinan a unas cuantas personas como forma de escarmiento y acusan a las víctimas de haber causado las muertes. Ésa es la increíble historia de Leopoldo López, de Antonio Ledezma y de las docenas de presos políticos que hay en el país. Estamos ante una dictadura mal disfrazada de Estado de Derecho.
Por eso Maduro no se va a someter al revocatorio. Sabe, además, que puede gobernar a su antojo mediante el control del Poder Judicial, anulando todas las decisiones y acciones del Legislativo, pero ese fraudulento modelo no puede operar si la oposición ocupara el Palacio de Miraflores. El sistema quedaría descabezado.
Para leer la nota completa pulse Aquí