La propuesta no hubiera generado la menor resistencia en cualquier otro país de América Latina: erigir una estatua de la virgen María en un espacio público de la rambla de Montevideo donde se realiza un rito católico anual.
Por LEONARDO HABERKORN, Associated Press
Los impulsores de la idea, sin embargo, no tomaron en cuenta la fuerza que conserva el sentimiento anticlerical de los uruguayos.
“No pensé que iba a haber esta resistencia porque el Uruguay ha evolucionado positivamente en torno a la laicidad”, dijo a The Associated Press el arzobispo de Montevideo, cardenal Daniel Sturla, aludiendo a la intensa resistencia que generó la iniciativa.
La reacción fue un recordatorio de que en una América Latina donde la gran mayoría profesa la fe católica, Uruguay sigue siendo una excepción: buena parte de su población se opone firmemente a toda manifestación religiosa que comprometa la neutralidad del Estado.
“Hace cien años había un laicismo anticlerical muy fuerte y eso, poco a poco, se fue transformando en una laicidad más positiva. Pero siempre algún resabio del antiguo anticlericalismo subsiste y ha surgido la polémica”, señaló el cardenal Sturla, sorprendido por la resistencia a la propuesta.
El religioso dice que le cuesta explicar cómo es el Uruguay a las autoridades eclesiásticas de otros países.
“Montevideo debe ser de las pocas de América Latina y del mundo cristiano que no tiene una imagen pública de la virgen”, expresó. “Que nuestras fuerzas armadas no tengan capellanes para algunos es algo incomprensible. No se entiende que en Uruguay la Semana Santa se llama Semana de Turismo. Eso causa estupor. O que seamos el único país de Occidente en que la Navidad no tiene el nombre de Navidad”.
Oficialmente en Uruguay el 25 de diciembre es el Día de las Familias.
No hay cifras oficiales sobre la religión de los uruguayos ya que no se pregunta al respecto en los censos. Pero el sociólogo Néstor Da Costa, un especialista en religiones, afirma que las mediciones más serias sostienen que hay aproximadamente un 40% de católicos, entre 13 y 15% de otros cristianos, 14% de ateos y agnósticos y un 23 o 24% de personas que creen en Dios pero no profesan ninguna religión.
Esas cifras contrastan con las del resto de América Latina, donde reside el 40% de los católicos del mundo, 424 millones de personas, y abundan los símbolos de esa fe en sitios públicos.
“Somos el bicho raro de América Latina. Tenemos mucho menos católicos que los otros países, bastantes más ateos e innumerablemente más personas que creen en Dios pero no tienen religión”, manifestó Da Costa.
El origen del anticlericalismo uruguayo se remonta a José Batlle y Ordóñez, el político más influyente de la historia uruguaya, presidente entre 1903-1907 y 1911-1915.
Batlle, un hombre de ideas avanzadas para su época y líder del Partido Colorado, transformó a Uruguay en un país de vanguardia, con leyes de protección para obreros y mujeres que se anticiparon en décadas a otros países del continente.
Don Pepe, como era conocido, también enfrentó a la Iglesia católica. En 1906, retiró los crucifijos de los hospitales del Estado. Bajo su impronta, se abolió la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y Uruguay fue pionero en separar a la Iglesia del Estado.
Un siglo después, su legado sigue vivo.
De todos modos, Sturla no se da por vencido. Piensa que el viejo laicismo anticlerical hoy ha dado lugar a un “laicismo más positivo, que cree en una sociedad plural donde todos podemos manifestar públicamente nuestros pensamientos y convicciones filosóficas y religiosas”.
El cardenal cree que en 1987 hubo una “inflexión positiva”, cuando el entonces presidente Julio María Sanguinetti, colorado como Batlle y Ordóñez y su devoto admirador, propuso mantener como monumento permanente en la ciudad una enorme cruz que se había colocado con motivo de la visita del papa Juan Pablo II.
La propuesta de Sanguinetti se aprobó tras una acalorada discusión en el Parlamento. “Se avanzó, se maduró”, manifestó el cardenal.
Sin embargo, Sanguinetti es uno de los políticos que hoy hace oír su voz contraria a la estatua de la virgen María.
El expresidente explicó a la AP que no se puede comparar ambas situaciones.
“La cruz no se aprobó por un decreto municipal, sino por una ley”, dijo. “Yo propuse su permanencia como recuerdo de un hecho histórico, la primera visita de un jefe de Estado del Vaticano. En cambio, la estatua de la virgen María se pretende colocar en un lugar público para transformarlo en sede de un rito religioso y eso hiere la neutralidad que debe tener el Estado”.
Sanguinetti sostiene que el concepto de la laicidad evolucionó y también la Iglesia. “Antes teníamos una Iglesia hegemónica y clericalista, que se fue transformando en una Iglesia más tolerante. Pero el cardenal quiere dar un pasito hacia el clericalismo y tiene que tener cuidado, porque puede provocar una reacción contraria”.
El debate pronto cobró fuerza. Cuatro diputados, uno por cada partido con representación parlamentaria, firmaron una carta en apoyo a la estatua señalando que la existencia de “un Estado neutral ante las diferentes expresiones religiosas” no debe derivar en “un extremo abstencionismo” que ignore las religiones.
El senador colorado Ope Pasquet respondió en Twitter que la constitución uruguaya establece la neutralidad religiosa del Estado y eso no se interpreta “a gusto del consumidor”.
Y la diputada de la oficialista coalición de izquierda Frente Amplio Susana Andrade, sacerdotisa umbandista, reclamó la instalación de una estatua de su culto, que mezcla las tradiciones católica y africana.
El debate está ahora en manos de la Junta Departamental de Montevideo, que debe laudar el tema. Sin embargo, no hay fecha para la votación. La resolución del tema se ha pospuesto porque la bancada de ediles del Frente Amplio, que también gobierna la capital, está dividida.
Mientras tanto, los vecinos al parque donde se pretende erigir la estatua están divididos.
“Estoy a favor porque en Montevideo ya hay monumentos que identifican a otras religiones. Sería distinto si nunca se hubiera permitido ninguno”, dijo a la AP el preparador físico Pablo González, que entrena a sus discípulos en el parque.
En cambio, el estudiante Santiago Izaguirre, que vive en la zona, rechaza la idea. “No soy fanático, pero para respetar la opinión de todos el parque debería estar libre de imágenes religiosas”.
Dinora Martínez, que trabaja como vigilante recorriendo las calles aledañas, tiene una opinión intermedia. “Me parece bien que pongan una estatua, pero este no aquí: este parque ya tiene sus árboles y un monumento histórico”.
Esa es precisamente la duda de Da Costa, el sociólogo especialista en religiones. Buena parte de su carrera la ha dedicado a comparar legislaciones sobre religión. “No tengo dudas de que en un mundo moderno, toda religión tiene derecho a exhibir sus símbolos. La duda que me queda es el lugar elegido, porque la estatua podría transformar un espacio público en un lugar de culto”. AP