Leocenis García: La democracia como problema

Leocenis García: La democracia como problema

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Cuando los gobierno pierden el aplauso del pueblo, sólo les queda recurrir al terror, a los juristas y militares a su servicio.

Así de cuando en cuando, a la sargentería que suele mandar en este gran Macondo que es nuestra América, la sostiene los hombres de armas, nada más.





AD pudo servirle al país después que uno de su líderes (Rómulo Betancourt) fuera producto de un golpe en 1945. Luego en 1958, el señor Pérez Jiménez tuvo que salir con la maleta llena y los pantalones sudados por la prisa para que no le volaran el pescuezo, que alguien le recordó que no retoñaba, cosa científica por cierto.

La FAN está para defender la libertad.

Como lo dice la historia, aún antes que ese concepto que se llama democracia apareciera en el horizonte de nuestra nación, ya el ejército defendía la libertad. Así enfrentó a Boves el tirano y a la Corona Española.

Pero hay dos clases de democracias. Una, la impostura, que la llaman la democracia de las igualdades. Un concepto que sólo cabría en las mentes mas enlodadas del mundo moderno. La otra es la democracia libre, la democracia verdadera.

Afortunadamente ningún hombre es igual al otro. Sólo se puede ser iguales por la fuerza, y libres por la determinación individual. Cómo ha de haber sociedades libres, sin individuos realmente libres. De hecho, esa democracia de las igualdades, es humo vendido por los gitanos de la demagogia.

Esa igualdad la vivimos hoy en Venezuela. Hoy, en nuestra nación, todos somos igualmente pobres, reducidos a la hora de limpiarnos después de ir al baño. Somos, por qué no decirlo, igualmente hediondos. Todos, si cabe el término, olemos a azufre, sin desodorantes.

La lista es larga y fastidiosa. He ahí el milagro de la democracia de igualdades. Venid a ver el milagro de la igualdad, donde todos somos igualmente indigentes.

La otra democracia, la democracia verdadera, asegura algo superior a la igualdad: La libertad. Me atrevería decir que se puede vivir en un sistema democrático donde todos somos iguales, pero no somos libres, porque la libertad, como el amor, es una sensación, dice Alexis de Tocqueville.

La libertad no es un concepto.

Libertad es expresarse sin que se le persiga. Es comprar lo que se quiere y cómo se quiere. Es lo más importante. Es tener tiempo para amar a los nuestros y no tiempo para hacer colas y así llevarles pan. La libertad es para vivir, no para subsistir.

Entonces la Fuerza Armada, cuando defiende la democracia de las igualdades, palabras más palabras menos, defiende a los tiranos que convierten a los ciudadanos en súbditos. Nadie que no sea absolutamente libre (o se sienta libre) puede ser un ciudadano. No; por el contrario, es un súbdito.

Cuando a Margaret Thatcher le tocó visitar la residencia que le servía de cárcel al general Pinochet en Londres, ella dijo que Pinochet había rescatado a Chile de la dictadura de Allende.

Y, aunque prefiero ahorrarme comentarios sobre la afirmación de Thatcher, -por cierto, uno de los iconos de la disciplina fiscal, quien demostró que la des regularización de los controles sobre la empresas, y mantener a raya a los sindicatos como relajo, pueden construir progreso económico-, si quisiera decir que Chile era una autentica charca cuando Pinochet asumió el poder. Allende y el socialismo lo habían devastado.

La gente quiere libertad, necesita sentirla, así como las parejas necesitan sentir que realmente se aman. Si los gobernantes no logran ese clima, han fracasado, y entonces los ejércitos, si los son verdaderamente, deben ponerse del lado de sus verdaderos comandantes y jefes.

La rebelión, -que por cierto empieza en la mente de la gente-, se iniciará el día en que un cabo o un general del ejército, en vez de parársele firme al gobernante del turno, lo haga ante los ciudadanos que como súbditos hacen cola en los mercados.

El error de los populistas es pensar que los ciudadanos son números y no personas. Números en una cola, número en una elección, números en un mitin.

Y no, no es así. Son seres humanos cuya vida es corta, muchos de ellos creyentes en la vida futura, en el cielo que el evangelio nos promete, pero no por ello, se tiene el derecho a hacerles vivir como gitanos en su propia nación.

La solución es sencilla. Está a la vista, claro está, conlleva riesgos. Y la libertad, cuesta incluso la propia vida.

Cuando a Jesús le vinieron a decir: “Te pueden matar, vete de aquí, Herodes te manda a decir que te puede matar si sigues alborotando el pueblo”, cuenta el evangelio que Jesús se indignó y les soltó con voz de capataz de hacienda : “Vayan y digánle a ese zorro, que yo seguiré haciendo lo que estoy haciendo”.