El domingo 17 de abril Dilma Rousseff sufrió un duro golpe. La Cámara de de Diputados del Congreso de la República Federativa de Brasil admitió el inicio del proceso impeachment (juicio) y remitió al Senado el informe para iniciar el proceso que, entre otras cosas, incluye apartar a Rousseff del cargo por al menos ciento ochenta días inicialmente. Pero también el nefasto Foro de São Paulo recibe la estocada y esto debe ser resaltado como un logro del momento de cambios políticos que vive la región latinoamericana y cuyo precursor fue Macri en Argentina.
Esta época de cambio en la región tiene la responsabilidad de repensar al sistema democrático, perfeccionándolo para que nuestras sociedades, además de prepararse para nunca más repetir este trágico episodio del populismo izquierdista del siglo XXI, consigan solución a sus cuestiones fundamentales. La reconstrucción de la muy deteriorada democracia latinoamericana pasa porque los ciudadanos exijamos la honradez en el manejo de los dineros públicos, la honestidad ideológica y la dignidad política de quienes están y estarán en la vanguardia de los cambios sociales. Todo lo contrario a esto es lo que ha promovido desde hace diecisiete años el populismo (totalitario en algunos casos) del Foro de São Paulo. El caso de figuras que al llegar al poder podrían representar un signo de madurez democrática, cuando en realidad no era más que el empoderamiento de resentidos sociales, condujo a nuestra región a un tiempo de desesperanza cuyos resultados están ahí a simple vista. Chávez, Lula, los Kirchner, Morales, Correa, Ortega, y ahora el mismo Juan Manuel Santos, terminaron siendo estrictos ejemplos de delincuentes que, por medio de la demagogia y la trasnochada ideología, nos arrastraron de nuevo a la noche de la que apenas salíamos.
El agotamiento y el inminente fin de la hegemonía del Foro de São Paulo puede ser por sí solo una prueba de la necesidad que tenemos de emerger como sociedades con una nueva política y un nuevo sistema, más participativo, más democrático y más efectivo socialmente, más centrado, en fin, en la realidad de cada uno de nuestros problemas. América Latina, pues, debe sonreír frente la nueva época que se vislumbra al final de este túnel.
El futuro, en cambio, ofrece poco sentido a la esperanza en el caso venezolano y esto debe admitirse. La hegemonía que gracias a Hugo Chávez y Lula Da Silva logró consolidar al Foro De São Paulo, aunque vive su debacle, no puede subestimarse aún. Pese a las fracasos que en efecto dominó ha tenido (Argentina, Bolivia, Brasil), ha logrado sostener esa especie de Warschauer Ghetto respecto a Venezuela. Y es que uno de los mayores problemas que enfrenta hoy el pueblo venezolano es la indiferencia que los países vecinos tienen frente a la gravedad de las crisis que nos han conducido al abismo. Las condiciones sociales, humanas, políticas y económicas del pueblo venezolano son muy graves y amenazan con empeorar aún más, haciéndonos predecir un final muy amargo.
Entre tanto, no sabemos aún cuál será el momento (si es que existe) en que Venezuela inmortalice nuestra dramática noche latinoamericana, quizá porque no lo merece. O tal vez porque, pese a su tragedia, la esperanza de un final sin dolor vive escondida en los sueños de quienes, pese a estar arropados por los fantasmas históricos del pasado, sólo nos queda la certeza de merecer otra realidad e imaginar un futuro mejor. Y al final, quién sabe si, a pesar de todo, Venezuela puede continuar llamada por aquel emplazamiento que llamaba a despertar la buena voluntad para vencer a la ignominia: « ¿Y qué hacen los hombres de bien, los verdaderos amantes de la felicidad pública, los Mentores, los pilotos, los que poseen la brújula de las pasiones de los otros para dirigir a favor de ella la nave política al norte de su verdadera dignidad? ¿Hasta quando han de ser su universo las quatro paredes de su casa?» (Gaceta de Caracas, 11 de mayo de 1810, Nº 97, tomo II).