Nada más peligroso que un individuo que asume que ya no tiene nada que perder. ¡Falso! Nada más peligroso que un pueblo que asume que ya no tiene nada que perder. El temor se evapora. El miedo, desvanece. La amenaza da cosquillas y lo que otrora fue yugo ya no es más.
La fuerza originaria ya no teme al tirano y sus acólitos. La servidumbre de tantos se apagó bruscamente como una vela en la tormenta. Los chantajes ya no coercionan. Porque cuando se ve un hijo morir por el hampa, falta de medicinas, o hambre, a una madre le cambia el ser.
Venezuela está en llanto. Venezuela grita de dolor. A Venezuela le hierve su sangre. Los caudales populares son impaciencia, la desesperación desbordándose por doquier. Las colas son el semillero del descontento. La escasez, presencia infernal. La revolución se quiebra y sus pedazos se vuelven fantasmas de lo que nunca llegó ni pudo llegar a ser.
La ideología roja hoy vale menos que una puya. Vale menos porque al pueblo le importa mierda tanto la ideología como su revolución maldita. La maldad de Nicolás Maduro y sus operadores no tiene nombre, porque las letras no fueron concebidas para un mal tan supremo y perverso.
Se quedaron sin pueblo, sin carisma, se quedaron sin siervos. Fragmentados y débiles, solo cacarean y ladran. Sus mentiras son tan ridículas y alucinadas, que la comunidad internacional ya no le queda rastro de duda sobre la realidad venezolana. Porque cuando una canciller anuncia que Venezuela puede alimentar a tres naciones, mientras la desnutrición crece al son de la escasez, ya no hay nada que preguntarse. Todo ha sido contestado.
El fin de la revolución maldita se acerca. Las alertas de la derrota roja se encienden en la oscuridad. Las luces de la democracia emanan su luz que irradiará pronto a plenitud.
Hemos de presionar y presionar, mantenernos en actividad política, hasta que renunciemos al gobierno por las vías consabidas.
Mario Guillermo Massone