“Por mucho menos de lo que ocurre aquí, en otros países ya hubiesen tumbado al gobierno”, me echa en cara Américo, el portugués dueño del quiosco ubicado en la intersección de la Av. Francisco de Miranda con la principal de Bello Campo. Suerte de oráculo de nuestra política, este lusitano con quien converso regularmente, me repite este estribillo cada vez que hablamos. Poco le puedo argumentar, ya que pensaba que abril sería un mes crucial para salir de la pandilla que nos desgobierna y estamos en mayo. Es muy cierto que hay una tendencia, lenta pero sostenida, a la paralización del país. Cada vez se produce menos, los precios son más altos y las colas más largas. Ya ha dado inicio una dinámica de saqueos que cada día es más recurrente. Estos suceden en todo el país, pero son cada vez más frecuentes y amenazan con constituirse en una marejada incontrolable. Es un milagro que en las colas que ya triplican el tamaño de las de hace seis meses, la gente que no alcanza a obtener los alimentos, luego de tres o más horas de cola, se vaya a su casa resignada.
Los apagones de electricidad y los cortes de agua, institucionalizados, junto con el panorama anterior han hecho mella en la esperanza del venezolano. Ya el país piensa que esto va para peor cada día y que no hay posibilidad de cambio de una forma ordenada y democrática. Hemos internalizado nuestra pobreza y nos comportamos como sobrevivientes. Esto es muy malo y no presagia nada bueno. El régimen en tanto, voltea para otro lado y hace caso omiso de todas las señales que la sociedad le envía. Como el mono que no ve y no oye, evade olímpicamente la realidad, la catástrofe social y económica que nos arrastra al abismo. Cuando se trancan las salidas institucionales y legales ¿qué camino le queda a la sociedad venezolana para no caer en el abismo? ¿La negociación? Todos sabemos que en el arte de ganar tiempo el chavismo siempre ha hecho uso de este recurso como un comodín. De manera que esta pareciera no ser una buena solución. ¿La presión? En este empeño no debemos cejar, aprovechando todo espacio político que quede abierto para protestar y presionar al gobierno, de manera que sientan que deben cambiar porque les podría ir peor.
Un asunto clave es la articulación de una estrategia de unidad con los sectores populares, más golpeados por la crisis que la clase media. Ordenar el caos va en el interés de toda la sociedad, de manera que hay que intentar tender puentes con el liderazgo comunitario que antes apoyó al régimen y que hoy está extremadamente descontento y puede tomar la calle.
Miguel Méndez Rodulfo
Caracas, 13 de mayo de 2016