Juan Guerrero: Venezolanía

Juan Guerrero: Venezolanía

thumbnailjuanguerreroHace unos años conocí varios pueblos de los Andes venezolanos. De esos recuerdos me sigue sorprendiendo un hecho que ahora comento.

En medio de la catástrofe económica y social en la que se encuentra Venezuela y sus ciudadanos, por esos pueblos casi olvidados del país, sus pobladores continúan con un ritmo de trabajo que desconcierta y genera admiración.

Cabimbú es uno de esos pueblos donde sus pobladores parecen seres salidos del pasado más remoto. Encaramados a más de 3 mil m.s.e.n.m., en el páramo del mismo nombre, el poblado parece detenido en el tiempo. Y eso ocurre con tantos otros, como Santiago del burrero (llamado ahora Santiago de Trujillo), pueblos fundados a mediados del siglo XVII sobre los escombros de poblaciones indígenas. Pero de estas y de la experiencia europea, continuaron la tradición de trabajar la tierra.





Por eso en Cabimbú las colinas están cultivadas desde hace siglos. Ahora se les ve colmadas de fresas. Tantas, que sus pobladores están considerados como los primeros sembradores de fresas en Venezuela y uno de los tres primeros sitios en el mundo donde se cultiva este rubro.

Aun con sus restricciones como la escasa mano de obra y los equipos y materiales obsoletos, los campesinos en Cabimbú no se detienen y siguen la marcha ancestral de sembrar y cultivar la tierra. Con las extremas condiciones de altura y temperatura, a más del inclemente viento que golpea casi hasta derrumbar pequeños árboles por la fuerza descomunal.

Desde Valera se llega pasando por pueblos, como La Quebrada y Loma del Medio. Lugares altos y metidos entre montañas y páramos.

A los jóvenes del pueblo pocas son las oportunidades que el medio les proporciona para estudio y distracción. Sin embargo, la amabilidad y respeto por el prójimo son características de estos venezolanos que muestran en su manera de ser, la cultura de quienes se saben herederos de un saber infinito y que transmiten de una a otra generación.

Pero si esto asombra y alienta el amor por la matria, por los lados del estado Mérida se encuentran los llamados pueblos del sur. Uno de ellos, Los Nevados es sitio donde el ser venezolano se destaca por esta característica que mencionamos: la esencia del trabajo en el cultivo de la tierra.

Alejados por una casi interminable carretera de tierra que serpentea entre altísimas montañas y farallones, dista 4 horas de la ciudad de Mérida. Es casi una proeza atravesar ese camino ripio y resbaladizo. Pero el pueblo vale la pena conocerlo. Gente amable que destaca por su cordialidad, fácil sonrisa y solidaridad.

Asombra encontrar todavía campesinos que cultivan habas, trigo y la ancestral papa andina. Los dos primeros cultivos vienen de la tradición europea mientras el último, es herencia de las culturas aborígenes de este continente. El trigo se cultiva y trilla a la manera tradicional de cuando los españoles habitaban esos parajes.

Saber que por esos altísimos montes los hombres continúan, muchos de ellos a lomo de mula, transportando alimentos para nuestro consumo en las ciudades. Saber que entre esas manos que surcan la tierra, hay manos de jóvenes y niños, de mujeres ancianas. Saber que ese esfuerzo descomunal de sembrar en esas alturas también legumbres y frutas, y encontrarnos con pequeñas lagunas donde se crían truchas. Todo para alimentar, muchas veces, a quejones venezolanos que se la pasan rumiando su desventura y culpando a los demás por sus desventuras en su comodidad citadina. En verdad duele el alma y enerva la consciencia.

Eso pasa por esos pueblos perdidos de nuestra geografía, pero también ocurre en el llano venezolano. Ese llano adentro del Cinaruco, del Cajón del Arauca donde el campesino tiene que vivir para atender al ganado. Ordeñarlo de madrugada, pastorearlo. Estar y ser uno solo mientras su miseria a nadie le interesa.

Y esa misma tenacidad está en los pescadores del oriente venezolano. Donde los hombres salen de madrugada en sus campañas de meses, mar adentro. Es ahí donde está el verdadero propósito, el sentido de lo que siempre hemos sido y seremos. Mujeres y hombres que seguimos la tradición del trabajo, única vía donde justificamos la existencia. Lo otro es egoísmo y desprecio por quienes desde su silencio, su anonimato, nos entregan su trabajo, su niñez y su juventud.

(*) [email protected] TW @camilodeasis