Cuando David Paul Sennett era niño tenía un burro de peluche, pero siempre había querido uno de verdad.
Décadas después, su sueño de la infancia se hizo realidad y adoptó a Barney, un burro salvaje de la Gran Isla de Hawaii. Este equino había perdido a su madre, que murió arrollada por un vehículo.
“Es como si fuera un perro de gran tamaño, le gusta comer bananas y papayas”, afirmó Sennet. “Es muy amistoso”.
Unos tres años después, Sennet quiere adoptar otro burro, uno de los 50 restantes que viven en estado salvaje en la Gran Isla de Hawaii.
Estos animales son los últimos de más de 500 que fueron abandonados después de que se les utilizara en plantaciones de café y de otros cultivos en Hawaii.
“Esperamos tener una hembra embarazada y después una familia”, dijo Sennett.
La Sociedad Protectora de Animales de Estados Unidos y residentes de la isla Grande preparaban la entrega de los burros en adopción, la última fase de una campaña de seis años para conseguirles hogares que los cuiden.
Un veterinario revisará a todos los animales antes de que los lleven a sus nuevos hogares.
Cuando la sequía obligó a los burros a buscar agua en zonas residenciales, se volvieron un problema, pues los animales comenzaron a cruzar carreteras, penetrar en campos de golf y beber de piscinas, explicó Inga Gibson, directora para Hawaii de la Sociedad Protectora de Animales de Estados Unidos.
“Una de las primeras quejas que recibimos fue de burros entrando en el patio de una escuela”, recordó Gibson. Añadió que algunos residentes de la Gran Isla estaban tan hartos con esos equinos que amenazaron con matarlos. Otros querían utilizar su carne.
La manada estuvo completamente sin control durante casi 40 años debido a que no se consideró a los animales en peligro de extinción ni presas de caza, afirmó Gibson.
Se cree que los primeros burros fueron trasladados a Waikaloa desde Kona en la década de 1970, cuando creció el desarrollo urbano en la zona, agregó.
La Sociedad Protectora de Animales intervino hace seis años después de recibir llamadas de residentes preocupados.
El grupo ha gastado miles de dólares para darles hogar a más de 450 burros, entre ellos 120 que fueron trasladados a California, señaló Gibson.
“Fue algo desalentador al principio. Nos preguntábamos ‘¿Qué vamos a hacer con 500 burros salvajes?”’, recordó Gibson. “Fue realmente un esfuerzo increíble de la comunidad y no recibimos ningún tipo de apoyo ni financiación del gobierno”.
El veterinario de Waimea Brady Bergin explicó que un ganadero se encarga de los trabajos para capturar los últimos burros y prepararlos para su entrega en adopción.
Los burros son atraídos a un corral por un canal de agua, agregó. Una vez capturados se les transportará a la clínica de Bergin.
Antes de que se les entregue en adopción, los burros deberán tener un certificado de salud y los machos serán castrados, un procedimiento más sencillo y menos invasivo que esterilizar a las hembras, apuntó.
Gibson dijo que alrededor de 80% de los 50 burros restantes son candidatos a tener una casa. Los aspirantes a acoger un animal deberán mostrar que tienen suficiente terreno y saben cómo cuidarlos.
Los burros son animales sociales, así que deben adoptarse en pares o tener otro animal que los acompañe en su nueva casa, agregó.
“La condición para la adopción es que el burro no esté solo”, dijo Gibson. “Es necesario que tengan un amigo”.
AP