Los pranes, sí tienen derechos, por José Luis Centeno

Los pranes, sí tienen derechos, por José Luis Centeno

thumbnailjoseluiscentenoAlguien dijo que la razón de ser de toda legislación democrática no es otra que alcanzar el respeto y la garantía universal de los derechos humanos, de todos los derechos para todas las personas. La revolución bonita, cabalmente fascista, bautizada como Socialismo del Siglo XXI, en un alarde de amoralidad política, hace lo contrario, con valores y principios, que ligan con las libertades y los derechos humanos, reinterpretados a conveniencia por la Sala Constitucional bozaleada, para minar las resistencias de Henry y sus muchachos, transformando el mal en virtud, haciendo del bien un defecto humano, por obra y gracia de pranes externos a los recintos penitenciarios, todos vinculados al mundo del chavismo, incondicionales de un madurismo no tanto por lo ideológico como por la lógica demencial y salvaje que los hace cómplices en la destrucción del país.

No hablaremos de los pranes carcelarios, sólo serán una referencia obligada. En razón del origen del término, vale recordar que es un líder negativo (¿más negativo que Nicolás?, ¡imposible!), que lleva el control de todo y, algo muy importante, planifica y coordina sus fechorías con quienes que están bajo su control y trabajan coordinadamente. Esta figura, que suena a trasgresión, le viene bien a Nicolás y sus colaboradores, aunque lo más apropiado sería decir secuaces, quienes desde la instalación de la nueva Asamblea Nacional salieron del closet para revelar desviaciones que nada tienen que ver con preferencias sexuales contra natura, aunque haya unos cuantos y cuantas entre ellos, pero sí con la conducta delictual semejando “luceros”, combo al que se sumaron gustosos los Magistrados del TSJ, en especial los de la Sala Constitucional, haciendo gala de un poder mayor que el de las verdaderas autoridades electas por el pueblo el 6D, queriendo hacer de ellas simple figuras decorativas sujetas a las órdenes del pran.

En este punto, muchos dudan que el pran sea Nicolás, asegurándose que es el destronado diputado nativo de Monagas, mientras los más atrevidos afirman que sería Cilia, y los más ingenuos toman partido por el hermanito de la Canciller, invenciones o no, el pranato del gobierno salta a la vista por sus acciones, más que anticonstitucionales, delincuenciales, haciendo de la gobernabilidad un negocio productivo para corruptos y/o narcotraficantes, superando a pranes famosos y que han hecho historia dentro del penitenciarismo venezolano.





¡UN GOBIERNO DE PRANES! Efectivamente sería el nuestro, donde el ciudadano de a pie, el ciudadano común no le asiste ningún derecho, porque el pranato gubernamental pareciera no encontrar freno en políticas que han aumentado la violencia y criminalización de la disidencia, masificando los efectos del pranato, porque Nicolás personalizó el ejercicio del poder y lo ejerce de modo absoluto, pretendiendo que sus decisiones no sean atacadas, limitadas o frenadas por otras fuerzas democráticas, que al no subordinárseles, ambiciona hacerlas valer sin miramientos a todos los ciudadanos, haciendo de la separación de poderes públicos y la sujeción de estos a la ley, un formalismo estéril, amoldable bajo su voluntad. Nada más parecido a lo que hace un pran en un recinto carcelario, donde incluso se le subordinan efectivos militares y funcionarios públicos, sin olvidar a jueces y fiscales, luego entonces cualquier parecido con el régimen no es mera casualidad sino modelado de comportamiento por parte de quienes nos gobiernan.

Es así como el pranato gubernamental, se atribuye un derecho inalienable, manipular las formas de la democracia hasta vaciarlas de contenido, y en contravención de la ética de la democracia revisten su propósitos autoritarios, totalitarios y hasta criminales con las formas de la ley y los defienden escudados tras una constitucionalidad de utilería y contando con el servilismo de magistrados militantes que en 100 días han dictado 14 sentencias contra la Asamblea Nacional, sin duda un record fallando a favor del gobierno en el marco de una democracia también de utilería, bajo la cubierta engañosa de sus formas de constitucionalidad. Por eso, uno podría pensar que el control de las bandas emergentes en todo el país pondría en peligro el monopolio del Estado sobre la violencia, pero evidentemente el gobierno bolivariano no se opone, en un principio, a co-gobernar con estas organizaciones delictivas con tal de que no sea con la MUD.

Entrando al hemiciclo de la Asamblea Nacional escuché, “es inmoral seguir con este sistema político que es una dictadura de pranes”, alguien alargó la impaciencia, “Gobierno de pranes, ¡Hasta Cuándo!”, quiere decir que existe una percepción generalizada de este fenómeno, y así como es una realidad el infierno carcelario también es una realidad el calvario de la crisis humanitaria inducida por el pranato gubernamental como instrumento de control político, resultando imperdonable que nos estén convirtiendo en una bomba de tiempo, porque los magistrados del Tribunal Suprema de Justicia tampoco le pierden pisada a los pranes, puesto que cometen delito avalando decisiones del ejecutivo que sólo han acentuado las penurias que nos legó el Comandante Eterno, fantoches que extorsionan y amedrentan, sometidos como están por los pranes del Gobierno.

Los pranes, sí tienen derechos, hablo de los pranes del gobierno, no siendo necesario decir sus nombres, porque por sus obras los conocemos, sobre todo por usar la violencia como un arma política para mantenerse por siempre agarrando el coroto, con acciones y conductas inadecuadas con connotaciones muy reñidas con los principios y valores que utilizamos en nuestras relaciones cotidianas entre nosotros. De esta caja negra salen los conflictos políticos, así como sociales, las necesidades insatisfechas, las incongruencias de todo tipo, los desfasajes emocionales sociales, los manejos turbios de alimentos de primera necesidad que se transforman en eternas e infinitas esperas de quienes, supuesta y paradójicamente, les dan el visto bueno para seguir delinquiendo, abusando del mandato entregado.

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