Sé que no nos conocemos. Tampoco sé su nombre ni dónde vive. Pero sé que trabaja en la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec). No creo que tenga otra capacitación que la de ser técnico en el área eléctrica.
En fin, vamos al grano. Sin deseo de ofenderle. Usted me está cercenando un derecho humano. Uno de los derechos que me otorgan, tanto la carta de las Naciones Unidas como la que me ampara, en nuestra Constitución Nacional.
A mí y a más de 30 millones de venezolanos usted nos tiene en ascuas. Pasando roncha, pues. La responsabilidad político-administrativa está clarita: desde el presidente de la República hacia abajo. Pasando por ministros, viceministros, presidentes de institutos autónomos, presidentes de empresas, gerentes generales, gerentes, hasta un etcétera cercano a usted.
Pero usted es el último del eslabón. Algo así como el verdugo que blandía el hacha y zas, despescuezaba al condenado. Así de sencillo es su trabajo. Sencillo pero muy cargado de moral, de principios y virtudes.
Usted como yo, sabemos que tiene parientes, amigos y conocidos. Muy probablemente tendrá descendencia, hijos y nietos. Toda esa gente, junto con quienes estarán ahora interesados en saber quién sea, lo van a ubicar. Más temprano que tarde lo van a señalar. Cuando usted camine por las calles de su barrio, de su urbanización o del sector donde vive, lo van a ver.
Usted, señor que nos baja la cuchilla y nos deja de repente sin electricidad, sin terminar de calentar el cafecito mañanero, de hacer las arepas. Usted es responsable también de los cientos de niños que han muerto porque las incubadoras se quedaron sin energía eléctrica para mantenerlos con temperatura adecuada.
También por la muerte de decenas de venezolanos que en medio de la operación, las máquinas de oxígeno dejaron de funcionar porque usted, justo en ese momento, bajó la cuchilla.
¿Se da cuenta ahora, se percata usted en este momento, en este instante que me lee, que al quitar la luz, usted se hace cómplice por decenas de muertes? Crimen doloso dirían los juristas. Asesinatos sesgados, de carambola, en el argot popular, pues.
Pero en todo caso, usted se está convirtiendo en un criminal, asesinando venezolanos de manera indirecta.
Es posible que no sea juzgado ni sentenciado. Pero muy probablemente usted cargará por el resto de su vida con un peso moral muy duro. Será señalado, lo mirarán sesgadamente. Y cuando dé la espalda y cruce la esquina de su casa, sus vecinos hablarán de usted. No precisamente para lanzarle flores.
Usted, señor que nos baja la cuchilla todos los días y nos deja a oscuras, y permite con su irresponsabilidad moral que se nos pudran los alimentos por falta de refrigeración. Usted, que todos los días cumple las instrucciones de un fulano burócrata, quien a su vez recibe órdenes de otro burócrata, también padece el drama de la inseguridad. Usted, obviamente no tiene escoltas, ¿verdad?
Entienda usted, señor que nos baja la cuchilla, que su vida es efímera. Que lo mejor que puede hacer, para que su familia, sus hijos y nietos lo recuerden con amor y respeto, es ejercer su derecho a no seguir bajando esa odiosa cuchilla. Entre a la historia de su familia y de sus amigos como el hombre, el técnico digno, honorable. Salga del anonimato y diga NO acepto más hacerme corresponsable de muertes de venezolanos.
Ese día usted será capaz de ir por las calles con la frente en alto. Aunque lo boten del trabajo. Pero también saldrán el aguador, ese otro que anda por ahí cerrando la llave para dejarnos sin agua. Y después saldrá el repartidor del gas, y el otro, y cientos de miles de venezolanos a quienes les han obligado al acto concreto, directo, de accionar un instrumento para humillar, vejar, herir y asesinar a tanto hermano venezolano.
No sigas haciéndote cómplice de actos que humillen a tus semejantes.