La historia reconocerá en la figura de Almagro un antes y un después en la trayectoria de la OEA. Este diplomático uruguayo, de modales suaves y voz pausada, abogado de profesión y militante de una izquierda moderada, decidió por cuenta propia y en una cruzada épica por los valores democráticos, rescatar la dignidad perdida del organismo continental luego de varias décadas de constituirse en un club de gobiernos y de darle la espalda a los pueblos. Todos recordamos que la gestión de Insulza, mediocre y subordinada a los caprichos y desmanes del chavismo, así como a sus insultos, colocó a la OEA como un órgano inútil e intrascendente, al cual había que sustituir por cualquier disparate que se le ocurriera a los países del ALBA. Cuando Almagro era candidato a la Secretaría General, Andrés Oppenheimer lo entrevistó, increpándole que para qué postularse a presidir un organismo tan desprestigiado como ese. El candidato de entonces prometió rectificaciones si ganaba; pensamos en ese momento que eran las clásicas promesas de todo aspirante a voto.
Equivocadamente no medimos el grado de compromiso con la democracia que habían adquirido los antiguos guerrilleros del sur, con Pepe Mujica como ejemplo. No consideramos tampoco el viraje que habían dado en nuestro país personajes como Teodoro Petkoff o Américo Martín. Para ellos, como para sus homólogos de Uruguay, resultaba imposible convalidar los desastres del chavismo. Lo cierto es que frente a la historia el nuevo Secretario General decidió romper lanzas pos la ética y la defensa irrestricta de los valores democráticos. La misiva que envió a Tibisay Lucena, fue el primer aldabonazo acerca de los cambios que se habían efectuado en la conducta del organismo interamericano. Luego fueron sus declaraciones; a continuación la respuesta personal y contundente al insulto de Maduro, lo que le daría armas a sus enemigos para acusarlo de haber dado un paso en falso y haber perdido la ecuanimidad. La invocación de la carta democrática, constituyó un terremoto que sacudió al mundo y marcó un nuevo estilo de liderazgo diplomático, comprometido con los pueblos y cuestionando las pésimas gestiones gubernamentales.
Es posible que la carta democrática no llegue a activarse; reunir los votos es una empresa harto difícil. Además la inesperada aspiración argentina de presidir la ONU y la consecuente búsqueda de votos para tal propósito, hicieron laxa la dura posición inicial que tenía Macri contra Maduro. Sin embargo, que la voluntad férrea de Almagro haya amplificado la visión del mundo acerca de los desmanes increíbles del chavismo, sobre la tragedia humanitaria que hoy vive Venezuela y alertado acerca de la necesidad imperiosa de evitar una inminente conmoción social en el país, ya es de una ganancia inconmensurable para la oposición venezolana, por ello este uruguayo sin par se ganó un sitial de honor en el corazón de todos los venezolanos.
El Secretario General ha dado en el clavo cuando apunta que más que diálogo lo que se requiere es que el gobierno deje de violar la Constitución y se ciña a sus postulados; una carta magna, por cierto, mandada a hacer como un traje a la medida para el régimen, que hoy le resulta incómoda, quizá porque los personajes esbeltos que ascendieron al poder hace 17 años hoy son unos sujetos excedidos de peso. Cumplir la Constitución, es verdad, casi anularía todos nuestros problemas, pero sería iluso pensar que este régimen pueda comprometerse a ello. Su vocación es la maldad y el engaño.
Miguel Méndez Rodulfo
Caracas, 2 de Junio de 2016