Caracas, febrero de 1971.
Ese año un astuto y arriesgado “matchmaker” cubano, Félix “Tuto” Zabala y quien fungía de representante del barloventeño Vicente Paúl Rondón, montó en el Nuevo Circo una pelea por el fajín de los semicompletos, vacante ante el desconocimiento como campeón de Bob Foster. En el encuentro estelar Rondón debía enfrentar al estadounidense Jimmy Dupree.
Con información de CARACAS EN RETROSPECTIVA
A alguien entre el grupo organizador se le ocurrió la idea de invitar a una personalidad mundial del boxeo y ¿ quién mejor que Ali, quien había vuelto a la acción a fines del 70 con victorias ante Jerry Quarry y el argentino Ringo Bonavena, luego de un mutis obligado de casi tres años por su negativa de dar un paso al frente cuando se le llamó a incorporarse al ejército, negativa que le acarreó la perdida de la corona que ceñía?
Contra todos los pronósticos (“Muhammad no va a venir, no vendrá ni de vaina”, se especulaba), un día cualquiera de febrero, el 20, el 21, el 22, no lo recuerdo bien, Ali puso pie en Maiquetía.
En el salón VIP del aeropuerto el peleador de la gran boca que nunca se cerraba, el que no se cansaba de pregonar que era el más bello y el más grande, no parecía muy animado a abrir los labios. Al fin, ante el acoso y la insistencia de una veintena de reporteros, accedió a responder una que otra pregunta, como diciéndoles “para que dejen de fastidiarme”.
Recuerdo que titulé el trabajo “Mi religión es la paz”, una de las frases que soltó y saltó cuando se le planteó lo de su rechazó a ir a Vietnam. Habló otro poco de su adhesión al islamismo y escasamente hizo mención al boxeo. Nada más.
Lo programado era que realizara una exhibición para deleite de los aficionados. Sin embargo, la presentación no se dio, aún ignoro el porqué. Pero el Ali de 31 años por esos días sí estuvo en primera fila la noche del 27 de febrero y presenció como Rondón se convertía en la primer campeón mundial venezolano al aplastar a Dupree en el sexto tramo.
Al final del espectáculo, Ali ni siquiera se molestó en hacer comentarios sobre la pelea. Simplemente tomó el vehículo que le habían asignado, se fue al hotel y al día siguiente volvió a New York, sin hacer bulla.
A los dos o tres días de su partida circularon en el medio boxístico cuentos de todo tipo, algunos fantasiosos. Entre otras historias jamás confirmadas, se dijo que una trotaconventos muy popular por Sabana Grande contrató a una joven prostituta, tan popular como ella, “para que acompañes al campeón toda la noche y le hagas más grata su permanencia en Venezuela”.
Como dije, nunca se pudo saber a ciencia cierta si esto fue ficción o verdad.
Diez días más tarde de su partida a casa, exactamente el 8 de marzo de 1971, en el Madison Square Garden neoyorquino el orgullo Ali sufrió un duro revés.: Joe Frazier, el incansable, duro y recio “Smokin” Joe, acabó con su invicto, a los puntos, con la humillación adicional de tirarlo a la lona por la cuenta de ocho, en el round 15.
Caracas, marzo de 1974.
Tres años transcurrieron para que Ali volviera a la capital venezolana, lo que hizo en compañía del famoso promotor de los pelos engrinchados, Don King, y de una numerosísima delegación en la que se contaban, silenciosos y serios, ministros y otros correligionarios de los Black Muslims (Musulmanes Negros), algunos boxeadores activos, otros retirados.
Como en la primera oportunidad, también ahora sus contactos con la prensa fueron superficiales, más por cortesía que por otra cosa. Era, y bien que lo sabía, sin ser el campeón, el amo del boxeo, el dios inaccesible, quien había partido en antes, en y después de él, a la historia del pugilismo:
Venía a ver qué podía pasar en el combate entre George Foreman, campeón de la división y de quien era segundo retador, y el exmarine Ken Norton. El Poliedro era el escenario elegido por una promotora estadounidense, de común acuerdo con el maestro Aldemaro Romero, fanático del boxeo desde su mocedad, y quien desempeñaba el cargo de director del local ubicado frente a La Rinconada.
Foreman entre cuyos ayudantes estaba el legendario Archie Moore, el más grande campeón de todos los pesos semicompletos que en el mundo han sido-, masacró a Norton en apenas dos episodios.
En una silla de ring side Ali siguió las acciones en actitud imperturbable, displicente, casi con indiferencia. Luego diría entre algunos de sus amigos, de lo que pude enterarme por simple casualidad, que él tenía parte de culpa en la derrota del aspirante por no haber llegado una hora o 30 minutos antes al Poliedro. “De haberlo hecho- según habría asegurado-, Foreman no hubiera ganado tan fácil. Le habría dado a Norton la fórmula pata derrotarlo, la manera en que hay que pelearlo”.
Me pareció una jactancia muy propia de Ali, habituado a ellas. Sólo siete meses después pude comprender el sentido de sus palabras.
En Kinshasa, Zaire (hoy República Democrática del Congo), Foreman-considerado imbatible e invulnerable, una roca boxística-, ante una ululante multitud que aclamaba al retador a los gritos de “¡Ali, mátalo!¡Ali,mátalo!”, y frente a los asombrados ojos del dictador Mobutu Sesse Seko, se derrumbó como un castillo de arena en el octavo.
La estrategia de Ali fue la de obligar a Foreman a lanzar, lanzar y lanzar golpes, de los que se protegía con los antebrazos y con sus guantes, mientras en la esquina un desesperado Angelo Dundee le gritaba que se alejara, que huyera, que buscara la larga distancia, que tan cerca corría peligro de muerte súbita.
Pero Ali sabía bien lo que hacía y probó que tanto Dundee como Bundini Brown, su sécond de confianza, quien lo hacía reír con sus bromas y sus chistes-, todos cuantos le rodeaban, en suma, estaban equivocados. Foreman llegó al round ocho con los brazos dormidos, con la energía minada, con “la lengua de corbata”, con un sudor a chorros y desfalleciente en la calurosa noche africana de ese 26 de octubre. Como dice un locutor de béisbol: lo demás fue fácil. El musulmán desató en ese tramo Una andanada final de dos, tres, cinco, ocho puñetazos consecutivos y Foreman se deslizó mansamente, herido de muerte.
Ali, el más grande, el más bello, el que “volaba como una mariposa y picaba como una abeja”, había logrado lo increíble y estaba, otra y una vez más, en el trono mayor del boxeo.
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