Un tirón fuerte en el brazo fue lo que sintió Valentina. Era su madre que como pudo la levantó para evitar que algo le pasara entre la desesperación de quienes recibían directamente en sus ojos gas pimienta. La niña de ocho años no pensó que esas cosas pasaran en las colas de las que su mamá llega cansada y quejándose de comprar poco o nada cada semana. Pero sí. Y ella lo vivió en primera persona al ver cómo un uniformado de verde ejercía esa acción en contra de quienes esperaban ansiosos por ser unos de los privilegiados en entrar y salir del supermercado con unos cuantos kilos de comida, en lo que se ha convertido un beneficio exclusivo de quienes se alinean con las mafias que operan con la escasez y la necesidad como materia prima, publica El Carabobeño.
Dayrí Blanco|@DayriBlanco07
Una ramita de un árbol y una piedra había sido suficiente para que Valentina se mantuviera entretenida hasta que inició el episodio que además de asustarla le hizo rogarle a su madre entre llantos que se fueran casa. Ella no debía estar ahí sino en la escuela, donde durante los últimos tres días un silencio pronunciado era lo que le seguía a su nombre mientras la maestra pasaba la lista en el salón del cuarto grado. “No hay nada qué comer en la casa hija, tenemos que esperar”, fue la respuesta que recibió.
Cuatro kilos de pasta y cuatro de harina de maíz era la oferta del día. Se trata de una cantidad de comida que desde hace meses Mercedes Gallardo no había podido adquirir. Ya tenía más de cinco horas en el lugar y había logrado calmar a la niña. Así que compró un par de chichas, se armó de valor y se quedó hasta las 2:00 p.m. cuando por fin pudo salir con las bolsas en manos y el cansancio claramente reflejado en su rostro.
“¿Mañana si puedo ir a la escuela?”, preguntó Valentina. Su madre asintió y la niña pensó que la espera y hasta el gas pimienta había valido la pena. Ya tenía al menos la arepa de la mañana asegurada.
En la cola también estaba Oswaldo Quiñonez. Molesto. No paraba de quejarse. “Yo no sé hasta cuándo vamos a seguir aguantando esto. Yo no tengo para pagarle a un bachaquero mil 500 bolívares por un paquete de harina, por eso estoy aquí”.
No importa la hora
Llegar temprano o en la madrugada ya no es suficiente. Maigualida Arias sale de su casa junto a su esposo cada lunes para hacer el usual recorrido. Pocas veces tiene suerte. Esta vez estaba desesperanzada. Ella salió a las 2:00 a.m. de su casa en Los Guayos y estaba en su tercera cola del día. En la primera desistió a las 4:00 a.m “Yo estaba entre los primeros 100 pero de pronto por cada uno se multiplicaron por 15 o 20. Era imposible que comprara ahí porque las mafias que se han creado entre trabajadores de los supermercados, los militares y los bachaqueros solo permite que sus clientes compren”.
En la segunda cola estuvo solo media hora. Ahí sí tenía chance de salir al menos con una bolsa, pero prefirió ir a otro lado porque solo estaban vendiendo margarina “y con eso no comen mis hijos. necesito, arroz, pasta y harina”. Ya a las 10:00 a.m. se le vio en las afueras de un establecimiento de la avenida Bolívar donde las garantías de poder entrar y comprar eran reducidas.
Venta de cupos
Es normal. Están en las puertas de todos los establecimientos formales que atienden a minoristas y mayoristas. Son grupos, en su mayoría de hombres, que tienen el control total de las colas. Ellos manejan el flujo de entrada de los clientes con coordinación previamente planificada con el personal de los supermercados. Enrique García lo supo al intentar comprar dos bultos de harina de maíz que ofrecían en un comercio de venta al mayor en plena Autopista Regional del Centro. Él tiene un negocio de empanadas del que depende económicamente, así que fue a las 5:00 a.m con su carnet que lo identifica como inscrito desde hace un año como cliente del lugar.
Vio una cola no tan larga, y al intentar pararse al final un joven alto, moreno y con un bolso guindado de lado le preguntó si ya tenía el cupo. “No, ¿dónde y cómo lo consigo?”, preguntó. Solo risas tuvo como respuestas. “Ya esto está completo por hoy. Venga mañana para ver si tiene suerte”. Intentó acercarse a la gerencia para conocer el mecanismo de compra y los funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana se lo impidieron.
Augusto Linares tuvo más suerte. Sin experiencia alguna fue, hizo la fila y tuvo una respuesta similar. Pero unos metros más adelante se tropezó con un amigo de la infancia, quien después de saludarlo efusivamente le dijo discretamente que se quedara a su lado, que le conseguiría un chance. Habló con uno de los controladores de la cola rápidamente y le explicó “te puedes quedar pero de todo lo que compres debes darle al tipo con el que hablé la mitad”. No tuvo más opción y aceptó. “Es la única manera que existe para poder comprar algo”.