Todo esto viene a cuento, porque los suizos acaban de rechazar en un referéndum -nada más y nada menos que con 78% de los votos en contra- la propuesta de cobrar 2500 francos mensuales de por vida en los casos de personas sin ingresos o con ingresos menores a dicha cantidad. O sea, es decir, para que se entienda bien: a los suizos les preguntaron si querían ganar un sueldo de aproximadamente 2300 euros sin hacer nada y los bichos dijeron que no. No, “ene” “o”, ¡no!, bendita sea la Virgencita del Perpetuo Socorro de Valencia.
Ojo, la cuestión sometida al voto popular no es tan descabellada como parece a simple vista. La propuesta está movida por la idea de conseguir una sociedad más equitativa que reduzca las diferencias de ingreso originadas por el desempleo que produce la robotización, o el subempleo de gente a la que no le alcanza, o de aquellos que cuidan niños o ancianos y no pueden trabajar formalmente. El punto es que a ellos les desagradó la idea.
No hay que ser zahorí, para barruntar qué habríamos respondido los venezolanos ante una pregunta similar. En primer lugar, como prolegómeno, nuestro Consejo Electoral habría realizado el referéndum -este sí- en tiempo record y seguramente a las 10:15 de la mañana, Tibisay habría dado el primer boletín con una tendencia ya irreversible y hubiésemos logrado un amplio acuerdo nacional por primera vez en 17 años.
En un país en el que aparentemente hay consenso en torno a que la harina de maíz debe venderse por debajo de los costos de producción, o que las casas que el Estado constituye deben ser enteramente gratuitas, o que el trabajo ajeno puede ser expropiado sin indemnización (es decir, choreado), cómo no va a ser popular la idea de cobrar sin trabajar, cuando esa filosofía del negrito del Batey que consideraba que el “trabajo lo hizo Dios como castigo”, está hondamente grabada en la espiral de nuestro ADN colectivo. No digo que no seamos gente de trabajo. No suscribo la tesis de la flojera nacional, pero si la ancestral idea de la riqueza fácil que está siempre rondando nuestras conciencias como una espada de Damocles que amenaza hasta al tipo de la más moral más férrea.
Más aún, casi que uno se imagina a los vivos de siempre, llegando a un acuerdo con los empresarios para que le bajen el sueldo al límite de lo requerido para el subsidio y éstos contentos con transferir al Estado parte de sus obligaciones. Seguramente, muchos ricos haciéndose pasar por pobres de solemnidad, para meterse en el cobro también. Nacionalizaciones express organizadas por una mafia del Saime que le quita a los extranjeros el 70% del sueldo y todo tipo de bachaqueo de partidas de nacimiento por el continente, del que fuimos la agencia de viajes -no lo olvidemos- mientras los pasajes estaban subsidiados a dólar controlado.
De todas maneras, no es solo a los venezolanos a los que nos ha asombrado la determinación suiza. Medio mundo está impactado y ha sido titular de primera página en muchos periódicos del orbe. ¿No será que en una de esas los que están equivocados son los suizos? ¿No será que en países como el nuestro, lo mejor es repartir los reales del petróleo y que cada uno se agencie el país privadamente? ¿Nos acaso a ello a lo que nos ha llevado esta administración que nos obliga a producir nuestra luz, comprar nuestra agua, contratar nuestra seguridad y hasta gestionar nuestra salud? ¿Para qué fue que Bolívar luchó por la independencia, que se me olvidó?