Suceso que per se es una derrota para la dictadura de Maduro, por cuanto, permitirá a América y al mundo conocer la tragedia que ha hincado sus garras en la una vez democrática tierra donde nació Simón Bolívar y cómo los venezolanos, al otro día de instaurarse la tiranía, no han cesado un solo segundo de enfrentarla, condenarla y combatirla.
Guerra política con resultados varios que, se ha extendido por largos 17 años, en los cuales, incluso, ya no está el epicentro de tan devastador cataclismo, el teniente coronel, Hugo Chávez, pero cuya pezuña puede descubrirse en todas las hendiduras que han dejado miedo, terror, pobreza, sufrimiento y sangre.
El aprendiz de brujo que experimentó con un fracaso, el socialismo, en un laboratorio donde llegaron a contarse en el momento de mayor auge del proceso, hasta 10 millones de conejillos de India, que prestaron sus votos para que Chávez y su èlite de militares y civiles les destrozaran vida y destino.
Todavía están entre tubos, probetas, microscopios, láminas y reactivos, ya sin el respaldo ni la aceptación de quienes toleraron que los nuevos Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Kim Il Sung, y Fidel Castro repitieran los horrores de la Unión Soviética, China, Camboya y Cuba, pero persiguiéndoles con soga y cuchillo, con hambre y fusil, arrastrándolos al experimento psicosocial e imponiéndoles que el “socialismo es bueno y que la próxima vez será mejor”.
Ya van por los consejos comunales, y los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), con los que el Estado desaparece los abastos, bodegas, mercados y supermercados, y sea el ente proveedor, el que lleve los escasos alimentos a los hambrientos y decida quién come, dónde come, cuando come y cómo come.
Antes arrasaron con la producción nacional pública y privada –porque el socialismo no produce, destruye- dilapidaron, se robaron o entregaron a aliados extranjeros los ingresos petroleros que por 10 años alcanzaron lo tres billones de dólares, redujeron a polvo la industria petrolera nacional que aportaba el 90 de las divisas y a su empresa líder, PDVSA, y sin trabajo, creación de riqueza, ni industria petrolera, se dedicaron a vivir del “fiao” que, en términos contables, ya alcanza una deuda de 200 mil millones de dólares.
De ahí que la economía concluyera en una ruina, en un amasijo de donde cuelgan índices como 600 por ciento de inflación anual (la más alta del mundo), una caída del PIB de más del 20 por ciento, volatización del poder adquisitivo del bolívar que ya se cotiza a 1000 x 1 dólar, caída de la inversión pública y privada a menos cero y reducción del total de la economía a más del 70 por ciento.
En otras palabras, todo lo que, como consecuencia de la destrucción de una economía, dirige a la escasez y al desabastecimiento, como pasos a previos a la hambruna.
Ya no hay comida en Venezuela, o escasea al extremo que, ya las colas son el paisaje que serpentea por ciudades grandes, medianas y pequeñas, pueblos, llanos y montañas.
Aglomeraciones rodeadas de soldados, guardias nacionales, policías y paramilitares que llaman “colectivos·, que fusil en mano, amenazan a quienes se alteran, o se salen de las filas o se adelantan a apropiarse de un producto que saben en cualquier momento se acabará, o simplemente protestan por el horror de tener que comprar un paquete de harina de maíz, un kilo de carne, un litro de leche, o algunos gramos de mantequilla después de horas de espera, confusión e incertidumbre.
De repente puede sonar un tiro, o varios, hay gente corriendo, niños llorando, madres dando gritos, ancianos tirados en el piso, cuerpos arrastrados por agentes, el humo de las lacrimógenas, balas silbando, y al fondo, desde un parlante: “Patria, Socialismo y Muerte”, “Somos los hijos de Bolívar y Chávez”, y “Paciencia camaradas que pronto seremos una gran potencia”.
Es Maduro, el dictador, un grandulón pasado de peso, con un cerebro elemental y larvario, vestido a la moda y que, si algo no ha hecho en su vida, es aprobar un examen de cualquier grado de instrucción.
Pero ese es solo un escenario de la tragedia, porque el otro puede visualizarse en farmacias, clínicas y hospitales donde cientos de miles de enfermos claman por una medicina, una operación o una cama de hospital, el drama de enfermos crónicos, eventuales, o víctimas de contagios o accidentes que son abandonados a su suerte porque Maduro y su modelo de la muerte, decidieron que no deben vivir en este, ni otros mundos.
Pero hambrientos o enfermos, tendrán que salir esta noche, o mañana, o pasado mañana a los basureros, a los sitios de calles y avenidas donde se abandona la basura para escarbar y ver que pueden comer ellos mismos y llevar a sus casas.
Siempre corriendo, a pesar del hambre y la enfermedad, porque las balas vuelan y pueden venir de los policías, los soldados, o de las bandas de asesinos que se exterminan entre ellos y pueden alcanzar a desprevenidos desde el fuego cruzado o de los caprichos de una atracador que se antojó de unos zapatos, un celular, o un mendrugo.
Los ayuda o favorece la oscuridad, porque la luz se apaga en las calles y hogares de Venezuela, así como el agua que, ya no llega por los acueductos, sino por camiones cisternas que la llevan semana a semana, mes a mes.
Las morgues, qué sitios tan concurridos son las morgues del país, o las funerarias, o los cementerios, los lugares donde pasan sus ultimas horas o días los 28 mil asesinados al año, o los que mueren por la muerte “innatural” del hambre y las enfermedades.
Siempre hay mucha violencia en Venezuela, y, en estos días, mucho más, cuando la oposición democrática se ha lanzado a las calles a manifestar para obligar a Maduro y sus generaletes a que respeten la Constitución y acepten someterse a un “Referendo Revocatorio” para que los electores decidan si puede seguir destruyendo a Venezuela o si se va, lo revocan.
Pero el dictador y sus criminales son individuos de balas, de fusiles, de ametralladoras, pistolas, bazookas, cañones, lanzacohetes y las calles vacías de comida y medicinas, las han llenado de asesinos, de represores, de psicópatas, de gente armada hasta los dientes y con licencia para matar, porque no quieren oír hablar de elecciones, de Revocatorio, y menos de que el Consejo Permanente de la OEA va a reunirse a petición del Secretario General, Almagro, para presentar un informe donde se le denuncia como el jefe de un Estado forajido y se pide su exclusión de la organización.
El dictadorzuelo, entonces, está bravo, molesto y para demostrarlo, mandó a sus hordas a golpear y partirle los huesos de la cara, o de lo que fuera, al diputado opositor, Julio Borges, cuando participaba en una manifestación frente al CNE.
Lo vio Venezuela, América, y el mundo y fue una escena como fotocopiada de los archivos nazi de las SS, donde facinerosos con tubos y palos golpean hasta sangrar a un ciudadano inerme que pensaba que tales pesadillas habían quedado enterradas en extravíos atroces.
Pero eran vistos y aplaudidos por Maduro, Cabello, Padrino López, Tibisay Lucena, Aristóbulo Istúriz, Jorge Rodríguez, Ceballos, Freddy Bernal, Darío Vivas, y otros enfermos de un manicomio muy particular, de uno que tiene unos agentes que llaman al diálogo, pero no para desarmar a los criminales, sino para que sigan destruyendo a Venezuela y reprimiendo a sus líderes opositores y democráticos.
La clase de corruptos que minó la moral de América Latina, comprando presidentes, corrompiendo partidos, sobornando empresarios, poderes públicos, y usándolos para hincar sus colmillos en la piel de Venezuela y desgarrar la conciencia de todo un subcontinente, una subregión.
Fueron los compinches que capitaneados por el tristemente célebre Insulza, casi destruyen a la OEA. en tanto la convertían en un burdel dondo Chávez, Ortega, Correa y Evo Morales entraban echando tiros.
Secundados y apoyados por mercachifles como Lula o Dilma Rousseff de Brasil (a los puertas de un juicio por corrupción), Cristina Kirchner de Argentina (que espera por varios) y Tabaré Vásquez y José “Pepe” Mujica que no le robaron a nadie, pero permitieron que Maduro arruinara a los productores de lácteo uruguayos.
Y el Caribe y Centromérica, uncidos al carro triunfal de la corrupción chavista y madurista a cambio de petróleo barato, préstamos impagos, compra de deuda basura y cancelación en dólares de clases en inglés o español a una ralea impropia, sin grafía ni habla conocidas, porque la corrupción es muda.
Y estos son algunos de los temas que tratará en las 130 páginas de su informe, Almagro, mordiendo sobre la crisis, la corrupción y las violaciones de los derechos humanos de un dictadorzuelo llamado Maduro, que es muy feliz de serlo, porque de no estar atropellando venezolanos, robando a manos llenas y apoyando narcotraficantes y fuera de ley, sería un cero absoluto.