Que la taquillera película “Soy Leyenda” cuente con un escenario apocalíptico análogo a nuestras precariedades, no resulta una comparativa absurda, sino la secuela del desenfrenado interés por despedazar irremediablemente la estabilidad del venezolano.
El desplome alimenticio y el gemido de las despensas vacías no son cuentos de camino, ni infundios de noticias novelescas. El principal bocadillo del plato nacional ha sido el mango, devorado a mansalva ante lo incompleta que resulta cada comida en la mesa.
Pero la meta del Gobierno de extenuar la paciencia del ciudadano; llevarlo hasta la exhalación de sus desdichas y doblar su temperamento incluso en la humillación extrema –para mendigar por lo justo, como lo es su alimento diario- , viene convirtiéndose en una bomba de tiempo, cuyos minutos se aceleran.
Algunos no han caído en cuenta de que la retorcida estrategia del hambre para muchos -más allá de lo permitido por la tolerancia social- , ya tiene a más del 80 por ciento al borde una histeria colectiva.
Hoy se ventila una insurrección popular a cuenta gotas. Los saqueos son la consecuencia de la bélica desesperación de no tener un razonable bocado. Nos despertamos con sueños insólitos de festines ilusorios y que la pesadilla fue un espejismo de una noche sofocante. Pero no es una mala fantasía de almohada. La realidad es que al alarido cotidiano por justicia y calidad de vida, sólo tratan de acallarlo con excusas de bolsillo, peroratas políticas sin sustancia y un repetitivo señalar a culpables ajenos.
El hambre lleva tiempo haciendo estragos en la tranquilidad del pueblo. Pero se sigue con la técnica impropia de abofetear al opositor, rellenar de insultos al adversario, garabatear estrategias con la caligrafía del disparate y mentir a los cuatro vientos su imaginario éxito de gobierno popular.
Hoy la necesidad es la compañía de las neveras deshabitas de insumos. No se consigue lo que tampoco se puede comprar. La ventana de la impaciencia yace abierta a cualquier ventisca anímica de la gente y, un día, podría encenderse el televisor y despertar con una insondable arremetida de las masas contra este inconmovible gobierno.
Rechazar la ayuda humanitaria por un desgastado orgullo patrio, no amortigua los fallecimientos por falta de medicamentos o resuelve el empantanado crucigrama del desplomado servicio hospitalario, ni las erráticas políticas asistenciales.
Estamos a la orilla de los arrebatos sociales y de los brutales impulsos ante la disminución progresiva de la ingesta de comestibles. Tratar de sembrar turbulencias forzadas, arremetiendo con las violentas hordas al servicio del régimen, no mitigará la desdicha asentada en los hogares.
El plan de entretener al pueblo con el quebranto habitual, en esa búsqueda opresiva por los productos en antaño comunes para el venezolano, viene venciéndose hasta en la comunidad internacional, que duda del sistema al ver palidecer a nuestra nación sin alimentos, medicinas y servicios adecuados; sin instituciones libres y con presos políticos.
La ruleta de los acontecimientos tiene signado su número, cuyas posibilidades son el continuar desarrollando una historia cinematográfica como la encarnada por el personaje de Will Smith o luchar por volver al camino democrático.