El fin de semana en que todo pasó en Orlando, por Mairim Gómez

El fin de semana en que todo pasó en Orlando, por Mairim Gómez

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A primeras horas del domingo recibí la llamada de un número desconocido en Argentina. Era un productor de una radio preguntándome si podía hacer un reporte telefónico de lo que estaba pasando en Orlando, lugar donde vivo desde que dejé mi convulsionada Caracas. Todavía mitad dormida, mitad desinformada, le referí a otro colega y me dispuse a indagar qué estaba pasando, pues por esas cosas de emigrar ya no ejerzo el periodismo activamente.

Al principio pensé que tenía que ver con la muerte de la cantante Christina Grimmie, de apenas 22 años, asesinada a tiros la noche del viernes alrededor de las 10 de la noche a manos un hombre de 27 años que llevaba consigo dos pistolas más un cuchillo de caza y varias cajas de balas, que posteriormente se suicidó. Pero no. El domingo, la ciudad ya salpicada de rojo, era ahora la protagonista del peor tiroteo en la historia de los Estados Unidos y del segundo atentado terrorista más mortífero después del 11 de septiembre de 2001.





Yo, por obra del destino, estaba en Ft. Lauderdale y  apenas me preparaba para regresar a Orlando, un lugar calmado y hasta soporífero para muchos que terminan prefiriendo asentarse al sur de Florida en busca de la rumba y un ritmo de vida más cosmopolita. Yo misma fui una de esas personas, hasta que la adaptación hizo su trabajo y me terminé quedando “en mi pueblo”, como suelo llamarlo. Su tranquilidad aburridora, al comienzo, paradójicamente fue lo que me terminó gustando más.

Orlando, la ciudad de los parques temáticos, de las princesas Disney y de los súper héroes de Universal, es familiar. No tiene el ambiente fiestero de Miami. Su downtown, en donde se concentra la mayor actividad nocturna, es pequeño y apacible en comparación con el de otras urbes. De hecho, por ordenanza, los locales nocturnos deben cerrar a las 2 de la mañana.  Por eso, hasta la costumbre de “rumbear” tan arraigada en cada venezolano, la perdí poco a poco.

Mis dos primeros años en Orlando conllevaron no solo una adaptación mental, social y cultural como mujer inmigrante sola; viniendo de un país como Venezuela, donde todos los días “pasa algo” (no precisamente bueno), periodísticamente hablando también pasé por una transición. Con sucesos  previsibles en una ciudad de casi dos millones de habitantes, que rara vez trascendían más allá de los medios locales, Orlando para mí era una ciudad tremendamente “calichosa” así que también perdí la costumbre de ver noticieros locales, limitándome a leer y ver información solo de mi país al punto de estar más enterada de lo que pasaba en Venezuela que en mi propia localidad.

“¿Qué hay de nuevo por allá?”, esa es la pregunta que siempre me han hecho familiares y amigos en Venezuela en algún momento de cada conversación desde que llegué a Estados Unidos. “Nada. Aquí nunca pasa nada”, esa era mi respuesta hasta el fin de semana pasado cuando todo sucedió aquí. Me llevó gran parte del día caer en cuenta de lo que estaba viviendo tan cerca de mí. Ya no estaba en una redacción siguiendo las imágenes de CNN. El lugar de la noticia era una avenida que desde hace un lustro es parte de mi vida cotidiana.

Recordé lo que tantas veces  me dicen: que me vine “justo a tiempo”. Y seguramente sí. Es innegable que hay muchísimas ventajas y una calidad de vida incomparable con la Venezuela de hoy, pero Estados Unidos está lejos de ser el país maravilla exento de problemas que muchos creen. “Mientras allá te pueden matar por un celular, aquí de repente llega un loco con un arma a un centro comercial y mata a todo el mundo”, les he dicho en más de una oportunidad a esos que me dicen lo fabuloso que debe ser vivir aquí. El domingo, esa aseveración se hizo evidente como nunca. Más allá del terrorismo, el fundamentalismo religioso, el racismo, la homofobia y la xenofobia  – que los hay-  existe un enemigo igual de peligroso escudado tras una superficial interpretación -basada en intereses comerciales- de una anacrónica Segunda Enmienda: la libre venta de armas. Comprar un rifle supone menos dificultad que comprar un antibiótico.

Viniendo de un país con índices de violencia como Venezuela, no quisiera caer en el juego macabro de comparar los muertos de aquí, con los de allá, con los de Francia o los de Siria.  No son más importantes unos que otros. Todos son seres humanos y el lamento es por igual. Pero como casi ya puedo prever los comentarios de defensores del actual gobierno venezolano que, producto de su mezquindad mental, dirán “ahí tienes, disfruta tu Imperio” o “a esta pitiyanqui le duele más EE.UU. que su país”, dejaré que hablen las matemáticas: Orlando registró en todo 2015 un total de 34 asesinatos. Caracas superó los 5 mil. ¿Saben entonces el impacto de 50 muertos, contando al asesino? Como si en Caracas, en un único hecho, ocurriera una matanza de más de 7 mil personas, todas ellas, además, miembros de la comunidad gay.

Entre ver noticias, escuchar testimonios y ese clima enrarecido, llegó el lunes. La estupefacción comenzó a dar paso al dolor y la tristeza a medida que se iban dando a conocer las víctimas. Entre los 49 asesinados, aparecía el nombre de Simón Adrián Carrillo Fernández, un venezolano más entre tantos que han llegado durante la última década, quien se encontraba junto a 4 de sus amigos de nacionalidad dominicana y puertorriqueña en Pulse.  Todos murieron.

Pero con el día después también llegó el miedo. Ese que combinado con ignorancia se transforma en odio. Luego de dos sucesos trágicos en un solo fin de semana y en una misma ciudad que involucran armas de fuego en manos de personas desequilibradas, ambos además estadounidenses de nacimiento, todos nos sentimos más vulnerables que antes.

Y mientras el candidato republicano, Donald Trump, enfilaba su artillería verbal contra la demócrata Hillary Clinton, calificando de “debilidad” su postura equilibrada y más consciente, las armerías en Orlando evidenciaban un aumento en sus ventas. Dicen que el miedo es libre, pero ¿debe serlo también la venta de armas en un país con más de 300 millones de habitantes?

Mairim Gómez

@maitwiter