Zapatero hizo inesperada introducción: él estaba retirado, le encantaba el campo, pero dadas sus habilidades negociadoras –así se presentaba-, era la persona que arreglaría el conflicto venezolano. Por unos 15 minutos y sin ningún asomo de modestia describió sus inéditas virtudes. Luego procedió a mirar fijamente en los ojos a Leopoldo y a pedirle, sin que algún rubor asomara en la cara del Bambi de Valladolid, que el preso debía darle “toda su confianza”, “un cheque en blanco” (Zapatero dixit).
Leopoldo respondió con esperable dignidad: “usted no tiene que buscar mi confianza”, “la confianza necesaria es la del pueblo venezolano”. Más adelante se ocupó el visitante de hilvanar propuestas: “vamos a modificar la Sala Constitucional con 7 del gobierno, 7 de la oposición y uno de común acuerdo”, pero eso sí, “elecciones presidenciales en enero de 2018” por supuesto con el descarte del Referéndum Revocatorio.
Una de las cosas más típicas del estilo Zapatero fue solicitarle a Leopoldo que “había que bajar la presión internacional” para que “el diálogo” pudiera tener lugar, lo que implicaba dejar aislado a Luis Almagro por parte de los partidos opositores que fueron a Dominicana. Y nada de aplicar la Carta Democrática.
De las sugerencias más nauseabundas fue la de plantear que la libertad de Leopoldo y de Manuel Rosales podía ser considerada en el marco de sus gestiones dialogantes. A lo que López respondió: “liberen a los procesados que son el 80% de los presos políticos”. Manifestó su disposición a someterse a una verdadera Comisión de la Verdad para aclarar los sucesos de 2014.
Luego el visitante se fue a presionar a los jefes de AD, VP, UNT y PJ para que fueran a una nueva emboscada en Dominicana, a lo cual éstos se negaron. La mamarrachada de diálogo encabezada por Samper y Zapatero había fenecido por infarto masivo.
El prisionero finalmente le dijo: “Presidente, si usted busca una solución trabaje para que Maduro renuncie.”
En el caos, los principios guían y la dignidad ilumina. Bien por Leopoldo.