El inmenso proceso migratorio inter-países que se lleva a cabo hoy (hablo de la migración organizada, no de la trágica estampida de millones de seres humanos de zonas en estado de guerra) involucra a millones de personas y se asemeja a las grandes migraciones del caribú de Alaska o de los búfalos y las cebras del Serengueti, pues obedece a razones no muy diferentes. Los individuos salen de sus países y regiones buscando una mejor calidad de vida. Van de las zonas de mayor presión social hacia zonas de menor presión, casi como obedeciendo a lo que pudiera llamarse una termodinámica social. La búsqueda de una mejor manera de vivir es la motivación esencial. Pero en casos como el venezolano o como las grandes migraciones europeas del siglo pasado, también ha existido un importante componente idealista que pertenece al campo de los valores. El venezolano se está escapando de un sistema autoritario, represivo, que viola los principios y los valores que el individuo que emigra ha sostenido durante toda su vida.
¿Quién gana y quién pierde? Para empezar, creo que los individuos ganan. Aun cuando encuentren dificultades iniciales, la mayoría eventualmente adquiere niveles superiores de calidad de vida. Quienes se escapan de un sistema político inaceptable comienzan a disfrutar de la libertad y de la armonía social del nuevo sitio casi desde el primer día. Si yo me hubiera quedado en Venezuela ya estaría muerto, porque cada día debía enfrentarme con una realidad que violaba todos mis valores y deseos de ver un mejor país, generándome un estrés inaguantable a largo plazo. La suciedad, los atracos y los atraques de tránsito, los cortes de luz, los lánguidos vegetales en estantes semi-desiertos, las cadenas del payaso de Miraflores, el angustioso proceso de cambiar un cheque en el banco o de ir a una oficina de gobierno, las actuaciones del régimen forajido, todo ello me hacía la vida insoportable. En el país que me ha recibido he logrado la tranquilidad, he tenido oportunidades que ya no tenía en Venezuela para tener algún ingreso, aún a mi edad, y he logrado el disfrute de una vida civilizada.
En gran parte de los casos también gana el país receptor. Los cerebros que llegan son una inyección de talento vigorizadora para una sociedad que puede ponerlos a trabajar dentro de un sistema organizado. Si el venezolano presidente de MIT se hubiera quedado en Venezuela sería quizás un profesor de la Universidad de Carabobo, lo cual es perfectamente respetable, pero probablemente no le pagarían religiosamente su quincena y ello le restaría tranquilidad para su trabajo intelectual. ¿Puede ser feliz en Venezuela un experto en derechos humanos, sabiendo que el ministro de prisiones es Iris Varela? ¿O un economista cuando el ministro de finanzas es Jorge Giordani o Nelson Merentes? ¿O un politólogo viviendo en un país que tenga a Nicolás Maduro de presidente? No lo creo.
La diáspora no es necesariamente perniciosa para el país que pierde el cerebro. Un cerebro que se quede en un país como el nuestro no puede desarrollar su potencial porque no encuentra un ambiente propicio y una masa crítica de colegas que le permitan trabajar armoniosamente en conjunto. Y ese cerebro, una vez que cambien las condiciones políticas en el país de origen, puede regresar mejorado, con ideas modernas y un nuevo enfoque de su tarea en la sociedad. El riesgo es que no regrese y ese es un riesgo real si pasa de un cierto número de años afuera. Quienes lleven 10 o más años fuera de Venezuela podrían no regresar, porque han experimentado un proceso importante de transculturización que los ha hecho dejar de pensar en la arepa como única alternativa para el desayuno o, por qué como es el caso de USA, pueden conseguir la harina pan más barata en ese país que en Venezuela.
El caso de otras diásporas puede ser diferente. En el caso africano, por ejemplo, muchos emigrantes comienzan a invertir su dinero en el país de origen sin tener que regresar a vivir en él. Lo hacen porque conocen el ambiente y tienen contactos, porque quieren ayudar al país, porque eso les da prestancia social, eso de irse pobres y regresar eventualmente como potentados. La diáspora se puede convertir en un motor de progreso para el país de origen. En países como Cuba, El Salvador y Bolivia, países de los cuales mucha de la población se ha ido, la diáspora contribuye a crear y mantener una clase media desde el exterior.
En última instancia, más allá de las consideraciones económicas, el ser humano siempre buscará la libertad y la felicidad, como las plantas buscan la luz. Apelará entonces a la ilusión de la diáspora, y digo ilusión porque el planeta es uno solo y somos, esencialmente, ciudadanos del mundo. Ya seremos, algún día, miembros de una diáspora inter-planetaria. Pero aún falta bastante para eso.