La valentía siempre es relacionada con la enérgica frase de “arreguindarse los pantalones”, así caigamos fulminados por el incorrecto impulso de la apariencia y acariciemos por minutos los insondables caminillos del temor. Pero en esta desbordada calamidad nacional, nos ataviamos con la vestimenta de las urgencias, mientras caen a los lados los pedazos de una nación aturdida por la inconsciencia de otros.
Precisamente aquellos férreos pantalones ajustados, convencionales y lucidos con elegancia en el pasado, cuentan ahora con el feroz dictamen de un tiempo descompuesto y la precariedad de la carencia. Nuestro cinturón está agotado de recibir orificios para prensar ese pantalón que ahora es un bombacho incoloro, mientras con asombro la báscula sigue bajando la manecilla y restando kilogramos a nuestra golpeada calidad de vida.
Subsistimos en una economía de hambre, agobiados en esa interminable historia que contabiliza las excusas políticas de este gobierno, el cual hasta tiene el atrevimiento de celebrar a todo tambor sus derrotas.
Nuestra desapacible actualidad como nación parece un laberinto confuso, olvidado por la coherencia y convertido en un trofeo de desafíos, pues mientras los personeros de Miraflores amenazan con abultar con decretos la ilegalidad, el abuso y la represión, la cifra de desnutrición aumentó en 12 por ciento en cinco meses a causa de la inflación y la escasez.
Casi a hurtadillas los medios de comunicación levantan el cortinaje de los hechos, pues el disgusto ciudadanos sigue su invasión en la calles. Más allá de los atronadores perdigones, la niebla de las lacrimógenas y la hegemonía de tanquetas, el pueblo de Tucupita saqueó siete comercios en su ansiedad por darle un bocado decente a sus necesidades y dejar clara la reflexión que con el hambre de la gente no se juega y mucho menos por defender el apetito irracional del poder.
Al parecer muchos gimnasios, spa, centros de tratamientos y clínicas dietéticas podrían encontrarse en la peliaguda encrucijada de quebrar, no porque la crisis incida en su manejo presupuestario, sino por la pavorosa carencia alimenticia sufrida por parte del grueso poblacional, que progresivamente maneja las horas para cuadrar dos comidas en vez de los tres platos acostumbrados y ya no requiere de otras alternativas para bajar de peso.
Ni el más insigne matemático puede cuadrar su descompuesta economía, al no contar con un elocuente algoritmo o una nueva fórmula aritmética para coincidir un anacrónico salario mínimo de 15 mil con una canasta básica que llegó a la tumultuosa cifra de 303 mil 615 bolívares.
En la mesa en vez de contar con un suculento y justo festín, sólo se deliberan las insatisfacciones, la incomprensión de ver morir a un familiar sin medicamentos y enfermar por no comer lo debido, a pesar de los actos de magia realizados por una madre de familia, quien debe convertir en algo degustable lo poco conseguido en las toscas rebatiñas de los supermercados o de las bolsas inconclusas mendigadas al Gobierno.
Disuadir a la paciencia de desaparecer, tiene a más de un cretino con poder haciendo sus maletas, a sabiendas que los corchos del estallido social están a punto de salir despedidos de la botella de la tolerancia nacional y hacer justicia a sus angustias por sus propias manos.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
Director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
@Joseluis5571