Es tal la capacidad de rapiña de la cúpula gobernante que han dejado sin botín a sus aliados civiles que, desde los barrios, se suponía iban a constituir la barrera de defensa popular contra los ataques de la ultraderecha, como lo dice a cada rato el señor Maduro, como siempre huérfano de ideas pero pródigo en insultos contra sus compatriotas y contra aquellos mandatarios que, siendo amigos o por lo menos aliados, se resisten a acompañarlo en sus errores.
Lo cierto es que no sólo el país está a punto de estallar porque sufre hambre y maltratos de los cuerpos policiales y militares, sino porque ha percibido que quien habla en nombre de la nación ya no está calificado para ser el vocero autorizado de las angustias mayúsculas de un pueblo, ya de por sí acorralado y amordazado por una dirigencia mediocre tanto en lo político como en lo económico. Y esto constituye un peligro extremo debido a que cada día que pasa escasean los alimentos, la atención médica y las medicinas, el agua y la electricidad, las viviendas decentes y el transporte para acudir al trabajo o a estudiar.
Los jóvenes están hartos del mediocre mensaje político que eructa el poder, están cansados de la represión incesante que se ejerce sobre ellos con la única intención de que no reclamen lo que se merecen como es, sin duda alguna, un futuro decente y casas de estudio dotadas de recursos suficientes que garanticen una educación de primer rango y prestigio para todos y no sólo para un grupito de militantes del gobierno.
Los jóvenes han sido torturados, insultados y aislados en prisiones que todos los venezolanos decentes creíamos, ingenua y tontamente, ya estaban enterradas en el cementerio de la historia. Un país como Venezuela que ha sufrido de feroces dictaduras, de regímenes corruptos, de exilios y persecuciones sin igual en América Latina, ha vuelto a las cavernas del militarismo y de la corrupción más desbocada de este continente. Nadie que disponga de cierta conciencia democrática puede querer un régimen así en su país ni mucho menos en el resto de las repúblicas democráticas de este continente.
A estos gobernantes, perturbados por sus ansias de riqueza y de poder, no les basta con eliminar toda ilusión de futuro sino que, además, aplican la política de tierra arrasada no sólo sobre el territorio patrio sino también sobre su historia. Basta con observar con dolor y angustia en lo que han convertido a Simón Bolívar, aprovechando el amplio amor y respeto popular que se le tiene para, sin que se le mueva un músculo de la cara, convertirlo en un instrumento personal de sus bajas ambiciones.