Esas imágenes dicen mucho más que los todos informes sobre la escasez y el hambre en ese país.
La malhumorada reacción de Maduro, consistente con sus caóticos antecedentes, no sorprendió a nadie. En lugar de dar un viraje y facilitar y estimular la producción doméstica, decidió, en contra de toda lógica, incrementar los controles, la persecución y amenazas contra los empresarios. Entregó el manejo de los suministros, los puertos y el abastecimiento de los alimentos al Ejército. Le propinó a su propio gobierno una especie de autogolpe militar que alejó a los civiles del poder y comprometió aún más a la rosca de chafarotes con la crisis de su país.
Enceguecido por la ideología y la ignorancia, Maduro sostiene que la escasez no se origina en falta de producción sino en una conspiración de fuerzas oscuras para hacer desaparecer las mercancías (que, en su opinión, sí existen) que se acaparan o se esconden para debilitar al régimen bolivariano. Como, de acuerdo con ese esquema, no se trata de aumentar la oferta sino de perseguir a los conspiradores, ahora con tanques y fusiles, en las próximas semanas, seguramente, se producirán más nacionalizaciones, atropellos y abusos contra los productores y distribuidores que subsisten en Venezuela. La escasez y el hambre, de esta forma, sólo pueden aumentar.
Como es obvio, los militares no tienen una formación adecuada para desempeñar las nuevas que les ha asignado la revolución bolivariana (ni siquiera han sido capaces de garantizar la seguridad de un país que padece uno de los niveles de violencia y criminalidad más altos del mundo). Y se disponen a atacar por la fuerza, con sus armas, un gravísimo problema económico. La realidad de la economía venezolana es que la oferta de bienes y servicios se está contrayendo. Todos los días se reducen la producción y las importaciones. A consecuencia de los precios absurdamente controlados, las amenazas, las nacionalizaciones y decomisos, ya no es rentable producir en Venezuela. Y las indispensables importaciones de materias primas, medicinas, repuestos, equipos y alimentos no pueden hacerse porque el país no tiene reservas de divisas, y los controles y racionamientos cambiarios impiden el comercio exterior. Los únicos que va a ganar con las nuevas medidas son los corruptos uniformados de la rosca del régimen.
Al aceptar esta absurda responsabilidad, los militares se han amarrado a un buque que se está hundiendo. A cambio de los réditos que derivarán de la corrupción en el manejo, acaparamiento y venta de mercancías, han renunciado a su papel de árbitros de la crisis, y se han alejado de la posibilidad de ser garantes de una solución democrática que siente las bases del futuro de Venezuela. Han optado por las ganancias de corto plazo en el tráfico de mercancías, el contrabando y otros negocios ilícitos, a costa del aumento del hambre y el desabastecimiento de su país.
Mientras tanto, el referéndum revocatorio se enreda todos los días por las trampas y dilaciones de los jueces y otras autoridades de bolsillo del gobierno. Parecería que la crisis de Venezuela va a empeorar bastante, antes de que la situación pueda comenzar a mejorar.
Publicado originalmente en el diario El Espectador (Colombia)