Del tamaño de un templo son las verdades que descubren a la mentirocracia. Ya se cruzaron las líneas del entorno nacional e internacional en cuanto al conocimiento de la naturaleza del régimen autoritario. Saltan las violaciones de los derechos humanos y a la Constitución. Durante 18 años de asaltos continuos se privó a la sociedad venezolana de ser una de las más democráticas y prósperas en los comienzos del siglo XXI. La colosal fortuna petrolera se vertió por el hampoducto rojo y el destino del país se puso en las manos criminales de los Castro. El Citibank salió espantado ante la falta de transparencia de los pagos externos. Nunca un gobierno venezolano había humillado tanto la dignidad nacional y la soberanía sirviendo de vasallo ante la estafeta de la Habana.
El gabinete de Maduro con el vicepresidente incluido sufre la burla y hasta aplauden los pobres, se hace evidente la carencia de pundonor de estos personajillos, cuando se dejan imponer la bota militar y anulan el Consejo de Ministros. Pronto asistiremos al espectáculo de las ratas abandonando el barco.
Ahora más que nunca hay que enfocarse en activar el RR, sin dejarnos distraer por los dislates de estos bárbaros, que harán lo imposible para evitarlo. Nuestra meta democrática de este año es activarlo y que se opere el cambio.
No podemos dejar de expresar nuestro total acuerdo con la institución más respetable del país, la Iglesia católica, que no excluye a nadie y representa a los de a pie con sus alegrías, penas y dolores. Alza su voz como un faro luminoso para desnudar la mentirocracia.
El sistema que nos gobierna se agotó, es patente su incapacidad para solucionar los urgentes problemas del país; sus intereses no son los intereses del país. La ingobernabilidad aunada a la brutal represión convergen en una crisis global que se agudiza, provocando incertidumbre, desesperanza, depresión, rabia y violencia social. Le dieron un tiro de gracia a la alternabilidad, sin la cual no hay renovación del poder ni progreso social. Su propia guerra económica terminó por derrotarlos, fracasaron en dar alimentos y medicinas al pueblo, aún más, se niegan a permitir que instituciones religiosas o sociales presten su concurso para aliviar las penurias y dolencias del pueblo, carecen de autoridad moral para llamar al diálogo y a la paz.
En dieciocho años el régimen no ha podido dominar la delincuencia y asegurar la tranquilidad y paz a los ciudadanos. El incremento del poderío militar no solucionará los problemas éticos y sociales La permanencia en el poder no justifican cualquier acción ni cualquier política, en esta hora aciaga se requiere recurrir al poder originario que está en el pueblo. Consultarlo y acatar su decisión es un imperativo moral que no puede ser soslayado por ninguna autoridad.
¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!