La que lo parió
Son muchos los hombres y mujeres -buenos y malos- que paridos en tierra venezolana han muerto por la inclemencia y desprecio del chavismo. Muchos.
Yo he llorado a varios en los últimos años. Desgarrada y asfixiantemente, los he llorado. Cicatrices imperecederas, sus muertes no sólo han marcado mi vida sino mi espíritu. Y créanme, frente al dolor de algún compañero asesinado con un disparo en la cabeza por las caóticas furias del chavismo, no hay cura. El dolor permanece intacto.
Por eso cuando escuché a la señora que parió al último de los Chávez muertos por supuesta negligencia del sistema de salud venezolano sentí aparte del sinsabor que toda muerte ocasiona, una irritación feroz, una irreprimible necesidad de vociferar mi propia agonía.
Eso haré.
Los nuevos ricos también lloran
Si algo nos unirá a los venezolanos después de que nos liberemos del despotismo socialista del siglo XXI será la tristeza y el llanto. Sólo eso. Como pueblo lloraremos aglutinados en el lamento de esta agobiante ruina.
Estoy convencido de que llegará el día en que veremos desde la lejanía los estragos causados por el chavismo, y absortos, con mirada extraviada, al borde del desfiladero de la historia y el tiempo, veremos este presente -que será pronto pasado- con desolación y vergüenza.
A lo lejos, sí, muy a lo lejos, en el fondo del abismo, veremos las cenizas y escombros que dejó tras su paso la peste. Y será unánime, sí, lo haremos juntos, porque descubrir que los nuevos ricos chavistas también lloran a sus muertos y que también ellos se acusan entre sí por la insolente mentira que han significado para ellos mismos y para Venezuela, me hace intuir que de este holocausto nadie quedará a salvó. Nadie.
Todos habremos llorado en algún momento alguna víctima de la peste, hasta ellos.
Los muertos de los sueños rotos
Por creer en la libertad y la democracia, por gritarlo a los cuatro vientos, por izar una bandera tricolor y no una cubana, por luchar de manera digna y honorable por su futuro, muchos jóvenes venezolanos -no gringos- han sido asesinados por el chavismo con un certero y despiadado disparo en su cabeza. Ni más ni menos, un disparo. Y su muerte.
Desde el 4 de febrero de 1992, Hugo Chávez Frías instauró esa práctica brutal para apagar los ideales de muchos venezolanos y romper sus sueños para siempre. Los de ellos y los de sus familiares que mantendrán intactas, abiertas y sangrantes las heridas en sus almas hasta el fin de sus días.
Son muchos, muchísimos, los muertos de esta desoladora calamidad nacional llamada chavismo (no sólo los nuevos ricos), los hay que no sólo murieron por imaginar una Venezuela libre, los hay quienes han muerto de hambre, enfermos, atropellados, asaltados por el crimen, secuestrados por la guerrilla colombiana o descuartizados por el rencor rojo que se instauró en estos terribles años.
Y todos somos víctimas, todos.
¿Quién mató al otro Chávez?
Con la muerte del otro Chávez, la señora que los parió mostró su indignación y acusó a diestra y siniestra al sistema de salud venezolano de haber causado la lamentable e inexplicable muerte de otro de sus hijos. ¿Antes lo habrá hecho contra Cuba por la muerte de su otro parido?
La pregunta desoladora ante la desdicha es ¿quién instaló ese sistema de saludo? ¿Quién promovió la medicina cubana en Venezuela? ¿Quién se robó los recursos para desarrollar las mejores instituciones hospitalarias para Latinoamérica y el Mundo? ¿Quién le regaló el dinero venezolano a la más longeva dictadura que haya conocido la historia de las Américas? Sí, ¿quién?
Pues nada más y nada menos que el comandante supremo e infinito de este desastre: Hugo Chávez Frías. Él y su idílico y perturbado mentor: Fidel Castro.
Ellos son los responsables de nuestro calamitoso sistema de salud, de su corrupción, de su colapso, de su destrucción. Ellos y su flamante desprecio por lo venezolano, su desidia y desinterés. Ellos y su cinismo e inclemencia, su desdén e impericia, su doble moral e infamia, su despotismo y perversidad. Ellos: Chávez y Castro.
No la salmonella, no; no el sistema de salud, no; su maldad que no prescribe.
La madre de todas las madres: Venezuela
No siento ningún tipo de placer por la muerte de un venezolano. No soy del mismo tipo inhumano o cínico del chavista. Ni siquiera si el fallecido forma parte neurálgica de nuestra calamidad y sufrimiento me siento satisfecho por su deceso. A lo mejor soy un romántico que sufre una muerte injustificable como cualquier otra muerte, así sea la de nuestro verdugo. Quizá no debería de ser así, pero lo es. Es curioso que pese a todo el dolor y sufrimiento aún quede nobleza en nuestro espíritu. Así somos los venezolanos. Los verdaderos.
Ver a la señora que parió a los Chávez agobiada en llanto e insultando al sistema chavista de salud por la muerte de su hijo, me conmovió, me hizo pensar en tantas otras madres y padres que he visto llorar estos años por las mismas causas, como víctimas de la peste, y como es de suponer también me hizo reflexionar sobre el llanto de la madre de todas la madres: Venezuela.
En su sufrimiento inmerecido, en su gemido ensordecedor, en su amarga agonía.
Concluí: para redimir a Venezuela del abatimiento y tristeza mortales que los estremece hay que liberarla. No sólo del sistema de salud o el de justicia, de la corrupción o la traición.
Hay que liberarla del chavismo.
Y su mentira…